"La guerra civil espaņola", A. Beevor

"La guerra civil española"
Anthony Beevor
Ed. Crítica; 864 pgs; 30 euros.


Llega esta semana a las librerías La guerra civil española del historiador británico Antony Beevor, publicado por Crítica. El autor de La caída de Berlín y Stalingrado, dos de los principales best sellers históricos de los últimos tiempos, ha elaborado una historia de la contienda española de 860 páginas a cuyo estudio aporta revelaciones procedentes de archivos rusos, alemanes y suecos y que, a pesar de su extensión, es además una interesante y exhaustiva síntesis de cuanto se ha venido investigando y publicando en los últimos veinte años en España y fuera de ella sobre la Guerra Civil.

En su ameno estilo narrativo, Beevor se remonta a principios del siglo XX para enmarcar la situación desde la que arrancan las causas de la sublevación militar contra la República y el desencadenamiento de una guerra en la que fue muy importante la intervención extranjera. Escribe el historiador británico que para entender por qué ocurrió "es imprescindible tratar de comprender los mitos nacionalcatólicos y el miedo al bolchevismo de la derecha, o la convicción de la izquierda de que la revolución y el reparto forzado de la riqueza iban a llevar a la felicidad universal". La República, según el historiador, trató de llevar a cabo, en muy pocos años, un proceso de reforma social y política que, en cualquier otro país, habría requerido un siglo.

El trabajo hace hincapié en superar la simplificación de que la guerra fue fruto de un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda, para sostener que el conflicto tuvo otros dos ejes, como son "centralismo estatal contra independencia regional y autoritarismo contra libertad del individuo". También se detiene en examinar la guerra de la propaganda. Dice que las primeras impresiones de los corresponsales extranjeros, que cayeron en la trampa de dar informaciones sensacionalistas, "hicieron mucho daño a la República en el exterior y pesaron en su contra". Así, por ejemplo, señala la información referente a unos obreros en Barcelona que estaban cubiertos de sangre por la matanza del 19 de julio, cuando en realidad se trataba de trabajadores del matadero. O cuando se escribió de forma tan incierta como exagerada que había habido medio millón de asesinatos en la zona roja.Pero Beevor no resta importancia a la terrible cifra de los 38.000 muertos en la zona de dominio republicano, casi todos entre el verano y el otoño de 1936, entre ellos unos 6.000 clérigos y sacerdotes. La batalla de la propaganda no la ganaron los republicanos hasta el bombardeo de Gernika, en abril de 1937, "cuando la guerra estaba ya casi perdida".

Asimismo señala que la guerra civil española "es uno de los pocos conflictos modernos cuya historia la han escrito con mayor eficacia los perdedores que los vencedores", lo que justifica en la "sensación internacional (...) al ver que la obsesiva sed de venganza del general Franco hacia los republicanos no daba muestras de remitir".

La cifra de muertos por el terror blanco y la limpieza sistemática del franquismo la sitúa Beevor en torno a 200.000, y recuerda el juramento que por su honor hizo el general Queipo de Llano cuando dijo que "por cada víctima que hagáis, he de hacer lo menos diez". El autor se detiene especialmente en las matanzas habidas en Badajoz, Granada y Málaga. En esta última ciudad andaluza, donde actuaba como fiscal militar Carlos Arias Navarro, llamado el carnicerito de Málaga,Beevor eleva la cifra de víctimas de la represión franquista a 20.000. Y recuerda cómo en Valladolid decenas de personas fueron fusiladas en público, "mientras comían churros y bebían café", según cita de Ronald Fraser.

El historiador británico resulta especialmente contundente cuando afirma que la necesidad que la República tenía de hacerse con armamento provocó "una verdadera fiebre del oro entre los dirigentes de algunos países".

El arquitecto de la venta de armas a los republicanos no fue otro que el dirigente nazi Hermann Goering, que usó como tapadera al traficante Josef Veltjens, que ya había vendido armas a Mola antes del levantamiento, y otros como los griegos Bodosakis y Metaxas.

Beevor no escapa a la fascinación que siente, en general, el mundo británico por el anarquismo en España, al mismo tiempo que en correspondencia se muestra anticomunista y, sobre todo, antiestalinista. A pesar de ello, el autor logra un equilibrio en el análisis histórico que le lleva a reconocer, por ejemplo, que el papel de los libertarios se movió más en la dirección del deseo revolucionario que de la realidad, al tiempo que personajes como Negrín, Azaña o Prieto tuvieron que enfrentarse con situaciones terriblemente reales, hasta confluir en "el final del sueño anarquista", refiriéndose a los hechos de mayo de 1937.

Especialmente interesante, por lo comprensiva y clara, resulta la narración que hace Beevor - un especialista en historia militar, aunque no sólo eso- de las diversas batallas de la guerra, desde Guadalajara hasta el Ebro, pasando por Madrid, Belchite, el bombardeo de Gernika o los de Barcelona o Teruel. Respecto a esta última batalla, concluye el historiador británico que "por el frío, por la lucha casa por casa, fue una de las más terribles de una guerra terrible", en la que se produjeron unas cien mil bajas, por lo que "Stalingrado no sería mucho peor".

Josep Maria Sòria, LV, 23-VIII-05.