ŽEl neoludismoŽ, Miquel Molina

Una de las imágenes más poderosas del verano es la foto de un individuo con corbata que destruye, martillo en mano, un lápiz de memoria. El dispositivo USB quedó machacado en cuestión de segundos ante la mirada atónita de los periodistas que asistían a una rueda de prensa. El autor material del destrozo fue el letrado Oriol Giralt, que quería manifestar con su gesto que no va a usar en el futuro los datos de los 9.500 socios del Barça que apoyaron con su firma la moción de censura contra Joan Laporta. Su intención quedó muy clara, pero ¿era necesario para ello emular a los simios de Stanley Kubrick cuando se lían a golpes de tibia ante la amenazadora presencia del monolito futurista? ¿Era inevitable blandir el martillo en actitud más propia del ludismo de principios del XIX?

El ludismo, recordaremos, fue un movimiento surgido en Inglaterra que se oponía a las innovaciones tecnológicas por considerar que empeoraban las condiciones de trabajo de los obreros. Su manifestación más evidente era la destrucción física de la maquinaria. Si hemos de creer lo que circula por los canales más alternativos de internet, existe hoy en día una corriente heredera de aquella que responde al nombre de neoludismo,y que tiene en la revolución digital su bestia negra. Sus partidarios alientan el sabotaje de las redes de comunicación.

Sin que puedan detectarse tendencias neoluditas en el convulso acontecer azulgrana, ni afirmarse con conocimiento de causa que la crisis económica hará resurgir de sus cenizas aquella sublevación preindustrial, la visión del abogado trajeado destruyendo tan tangible símbolo del progreso nos recuerda otras iniciativas que sí tienen algo de contrarrevolución tecnológica en defensa de una manera tradicional de producir bienes de consumo.

Al ministro de Cultura y al presidente de la SGAE tal vez no los veremos nunca blandiendo una motosierra para hacer trizas el router del internauta que intercambia canciones y películas, pero los indicios de que aquí también habrá mano dura contra esta forma masiva de consumo cultural - véase La Vanguardia de ayer- nos evocan aquella actitud tan irracional como inútil que inspiró el obrero Ned Ludd. Artistas sin alergia a la red global nos enseñan cada día nuevas vías a explorar, como los músicos que se sirven sin complejos de internet o el teléfono móvil para difundir su obra, o como los jóvenes tecnificados que recorren los festivales haciendo prodigios con un ordenador portátil. Siendo los tiempos difíciles para todos, si alguien quiere quedarse encerrado en el museo, que se agarre fuerte al gramófono o al cinetoscopio de Thomas Edison.

15-VII-08, Miquel Molina, lavanguardia