´Elogio de la distinción y el respeto´, José Antonio Marina

De las palabras latinas y griegas que signifi caban "ciudad" han derivado grandes conceptos, básicos para la convivencia. De "urbs" procede "urbanidad", que es el conjunto de normas que se deben respetar para vivir en la ciudad. De "cives", civilización, y de "polis", política, el arte y la ciencia del gobierno de las ciudades.

Como el gran historiador Norbet Elias mostró, el proceso de civilización ha ido tradicionalmente unido con el refi namiento de los modales. Hace unos cuantos siglos se consideraba aceptable escupir en la mesa o limpiarse la nariz con el mantel. Sin embargo, en los últimos decenios se ha establecido un rechazo generalizado a los buenos modales.Se los acusa sobre todo de hipocresía y conservadurismo. Se ha pensado que lo importante es el contenido y que las formas no son sino una falsedad consentida. Pero en el caso de las normas de urbanidad, este cántico a la espontaneidad ha conducido a una zafi edad ambiental. Es verdad que el asunto viene de lejos. Ortega y Gasset escribía en 1918 un artículo con el título De la cortesía o de las buenas maneras,y decía: "En los periódicos, en el Parlamento, en las conversaciones, triunfa insolentemente el plebeyismo. Todos los gestos, todas las palabras que no sean groseros se tratan de amanerados".

Umbral, en uno de sus artículos sociológicamente profundos, denunciaba un "encanallamiento" en los modos de vestir y de hablar. Hay un look patibulario. ¿A qué se debe? Es, sin duda, una protesta contra algo. Populismo contra pijos, por ejemplo. Pero esto no tiene nada que ver con la falta de urbanidad. Mi despacho está en un buen barrio de Madrid, económicamente hablando, pero depauperado desde el punto de vista ciudadano, a tenor de las enormes cantidades de cacas de perro que hay en las aceras.

En la mala educación hay un desdén por los demás, y una desmesurada búsqueda de la comodidad. "La vida en decadencia - escribió Ortega- es un abandonarse, un afl ojar todos los resortes. Para el hombre decaído - el plebeyo- todo esfuerzo signifi ca amaneramiento, sólo le es cómoda el alma en mangas de camisa".

Bajo todo esto hay una equivocada idea de la igualdad. Las personas bien educadas no son iguales a las personas zafi as, salvo en sus derechos fundamentales. Por ello, deberíamos hacer un elogio de la distinción. Una de las funciones de la denostada

Educación para la Ciudadanía era recuperar la urbanidad, que no es más que un modo de amortiguar la numerosas ocasiones de colisión que provoca la convivencia. Como escribió el emperador Marco Aurelio, "los hombres han nacido los unos para los otros, edúcalos o padécelos". Suelo decir a las parejas que para convivir es necesario el amor, sin duda, pero más necesaria aún es la buena educación.

En el tema de la igualdad, me temo que hemos escogido el mal camino. La tradición francesa en vez de la tradición inglesa. La revolución francesa afi rmó que no hay nobles. Todos nos igualamos por abajo. La revolución inglesa insistió en afi rmar que todos somos nobles, y que debemos igualarnos por arriba.

La urbanidad, la cortesía, la amabilidad no son valores éticos fundamentales, pero son pequeñas virtudes cotidianas que hacen más agradable la vida y que son, en el fondo, parte de la enorme virtud que es el respeto

19-VII-08, José Antonio Marina, es/lavanguardia