īLa heroicidad del malī, Pilar Rahola

Eran cuatro. Tomaron un bote desde Líbano y entraron en una casa de Naharia, en la calle Jabotinsky. Después de matar al policía Eliyahu Shahar, secuestraron a Danny Haran, de 31 años, y a su hija Einat, de cuatro. La mujer de Danny, Smadar, consiguió esconderse con su hijo Yael, de dos años. Fue él mismo, Samir Kuntar quién ejecutó al padre ante su propia hija, y después aplastó el cráneo de la niña a culatazos, la arrastró hasta la playa y la remató con sus propios pies. Cuando lo detuvieron, tenía restos de cerebro de la pequeña en su ropa. En la refriega, también murió otro niño. Durante los años que ha estado en una cárcel israelí, se ha casado, su mujer ha recibido subvenciones como mujer de prisionero, y se ha graduado en ciencias políticas en la Open University de Israel. Nunca se ha arrepentido de ser uno de los criminales más desalmados que ha sufrido Israel, en su larga lista de atentados, y, a pesar de ello, Israel lo ha retornado a Líbano para poder recibir los cadáveres de sus dos soldados. Decía el propio Kuntar, en la televisión libanesa, que "envidiaba" el tesón que tiene Israel por recuperar a los suyos, incluso muertos.

La historia de este asesino, convertido hoy en héroe en las calles de la Beirut secuestrada por Hizbulah, me sugiere una triple y dolorosa reflexión. La primera, sobre la heroicidad del mal. Hannah Arendt descubrió, cuando asistió como enviada del New Yorker,al juicio contra Adolf Eichmann en Jerusalén, que el mal en mayúsculas podía encarnarse en la mediocre y banal figura de un tipo débil y asustado, que cumplía las órdenes de enviar a millones de personas a la muerte. No podemos imaginar qué habría escrito ante las imágenes de júbilo de los secuaces de Nasrala recibiendo al asesino de niños, pero algo parece claro. El mal, para el totalitarismo islamista, puede ser heroico. Como lo era para el nazismo. Como lo es para cualquier totalitarismo. La periodista israelí Ana Jerosolimsky se preguntaba en su último artículo si era comprensible que cualquier madre explicara a sus hijos que la fiesta era en honor al asesino de otros niños. Pero es una pregunta retórica. Al fin y al cabo, ¿no son madres las que participan en las fiestas en honor a sus hijos suicidas? El mal es heroico cuando la muerte se convierte en un rito, en una cultura. Y entonces, como explica André Glucksmann, todo vale. sobre todo vale celebrar la muerte.

La segunda reflexión, sobre el estómago del mundo, especialmente sensible a cualquier desmán que pueda hacer Israel, lo cual es justo. Como democracia, Israel no puede permitirse ninguna acción que no sea lícita. Y si se la permite, tiene que ser severamente criticado. Pero, por el camino, ¿no tenemos tiempo de horrorizarnos con esta masiva cultura de muerte, que contamina a millones de personas del mundo islámico y que justifica todo tipo de brutalidades? ¿Tenemos idea de qué brutal enemigo enfrenta Israel? Adiestramiento de niños en el odio y el fanatismo, dinero masivo para crear armamento, preparación para el terrorismo y, por supuesto, la práctica de unas acciones que consideran objetivo cualquier judío, por el solo hecho de serlo. Puede que sea fácil y gratis criminalizar eternamente a Israel, pero en cualquier sociedad sana, las imágenes de la exaltación de este brutal asesino tendrían que causar estupor. No nos han causado nada. El estupor lo guardamos sólo para escandalizarnos con Israel.

Finalmente, Líbano. El amigo y periodista libanés George Chaya considera que el canje de prisioneros representa una temible victoria de Hizbulah, en su camino para dominar el país de los cedros. No le falta razón. Sin embargo, Israel no tiene opción. Lo dijo Ofer Reguev en el funeral por su hermano, uno de los soldados asesinados por Hizbulah. "Estoy orgulloso de pertenecer a los que aman y no a los que odian". "País de valores", dice Shimon Peres. Y eso siempre tiene un alto precio.

22-VII-08, Pilar Rahola, lavanguardia