"Tumbas sin sosiego", Rafael Rojas

Tumbas sin sosiego
Rafael Rojas; Premio Anagrama de Ensayo 2006; 505 pgs. 22 euros.
Cuba mítica, política, futura
María José Furió, lavanguardia/culturas, 16-VIII-06.

Rafael Rojas (Cuba, 1965), doctor en Historia, autor de varios ensayos importantes, está exiliado en México y colabora en medios como El País, Letras Libres y El Nuevo Herald de Miami, que suele publicar cosas como "Los cubanos de la isla son los que más se suicidan de América". Es probable que a las personas a las que les gustaría vivir en una novela de Le Carré también les gustaría creer que Tumbas sin sosiego es un ensayo escrito por un espía de Norteamérica para minar la Revolución y preparar el "desembarco del liberalismo y la globalización" en la isla poscomunista. Es una idea divertida, pero no justa. Tumbas sin sosiego es ante todo el rastreo tan concienzudo como nostálgico de un linaje intelectual aplastado en ciernes por las sucesivas dictaduras que han maleado Cuba: el del pensamiento democrático expresado por poetas, novelistas, filósofos, artistas plásticos de tendencias diversas en un marco de discusión saludable y útil para la polis. Es una exploración del trato del intelectual cubano con el poder, con la Historia, y una descripción de las aproximaciones de ese intelectual al poder, saldado casi siempre con su reconversión en siervo, títere o disidente.

El triunfo revolucionario de 1959 es el eje y la pesadilla del pensamiento cubano. Que Fidel Castro y sus leales se hayan apropiado del sentido de la revolución (también de la palabra) induce a Rojas a reformular una política de la memoria para ofrecer al futuro, que se espera poscomunista, un arsenal de ideas coherente y adaptado al presente y un retrato de las figuras clave del pasado - desde las figuras eminentes del periodo batistiano, pasando por los grandes exiliados como Fraginals, Cabrera Infante, Arenas, Padilla, Juan Díaz y Raúl Rivero, y sin olvidar a los que se hicieron isla dentro de la isla, como Lezama Lima o Piñera- limpio de excrecencias.

Aparte de los excelentes capítulos dedicados a Cabrera Infante y a Fraginals, y de la pormenorizada relación de la humillación padecida por Padilla que puso fin a la luna de miel de significativos intelectuales con el castrismo, lo mejor de Tumbas sin sosiego está en los capítulos que abren y cierran el ensayo. Rojas explica que en el presente se dirime una batalla por la propiedad simbólica de la isla y el legado de sus intelectuales. Describe cómo el castrismo ha dado últimamente honras fúnebres a algunos que fueron críticos con la deriva totalitaria de la isla y que en muchos casos murieron en el exilio. Esa reapropiación forma parte de las sucesivas refundaciones ideológicas del régimen, que se han producido conforme los cambios geopolíticos lo han ido dejando huérfano de aliados potentes. De esos cambios en verdad insustanciales, dice Rojas, se ha derivado una confusión acerca de la aportación ideológica de dichos intelectuales y el autor trata de rescatarlos para una posmodernidad liberal que, sin el remedio de ideas sólidas, puede hacer de Cuba un nuevo enclave colonial, "una democracia sin nación, un mercado sin república".

Lleno de ideas y análisis muy fértiles, lo más interesante es el desarrollo de esta tesis tomada de Zygmunt Bauman en En busca de la política (1999): existen "dos poderosas corrientes espirituales de la modernidad: la totalitaria, que tiende a la anulación estatal de lo privado, y la nihilista, que cultiva el desentendimiento personal de lo público". Para Rojas, "cuando la política gravita hacia el totalitarismo, la cultura se moviliza desde resistencias nihilistas. Pero cuando el nihilismo se apodera de la esfera pública, entonces la cultura puede experimentar politizaciones cívicas o revolucionarias". De cómo el nihilismo dio lugar a la revolución castrista y el comunismo suprimió la promesa democrática que explicaba el gran apoyo que tuvo Castro en 1959, se sigue que en el actual vacío puede surgir de nuevo una opción democrática moderada. No creo que Rojas sea un moderado y sí me parece que si su opción es la del intelectual rebelde a imagen de Camus, al que reivindica con perspicacia, debería haberse adentrado en el análisis del papel purificador de la violencia contra la violencia de Estado, idea vigente en los años 60 y 70, y hoy una reflexión tabú, pero que tiene exponentes residuales en ETA y en los movimientos guerrilleros que aún campan fuera de Europa. Sin esa reflexión, el intelectual habita cerca del poder o es irrelevante, pero no crea su verdadero espacio de poder.