´Segregar la homosexualidad´, Pilar Rahola

Como no traje a Nueva York el manual de lo políticamente correcto, no sé si estaré incumpliendo algún precepto de tan sagrado catecismo. ¿Puedo decir que no entiendo esto de los Eurogames? Lo pregunto porque hay determinados sectores que, a fuerza de luchar contra la discriminación, han impuesto una cierta censura del pensamiento. Miren mi artículo, por ejemplo. Yo, que tengo una larga biografía de apoyo a los derechos homosexuales, estoy aquí, perpetrando una parrafada, antes de entrar en materia. ¿Será que intento justificar mi derecho a la crítica? Probablemente. Porque si antes con la Iglesia topábamos, ahora topamos con sensibilidades de piel extra fina, cuya capacidad lobbystica pone a cualquiera contra la pared. Seamos sinceros. Mujeres y gais son hoy materia aparte, y quien se pasa un pelín sufre el ostracismo público, lo cual, en la era de la comunicación, es como sufrir la ira de los dioses. Así pues, me pongo a escribir con paraguas, harto convencida de que se atisba tormenta en el horizonte cuando se critica cualquier iniciativa gay.

Los Eurogames, decía. Perdonen, pero no lo entiendo. ¿No habíamos quedado en que la lucha por los derechos homosexuales era la lucha por la normalidad? ¿No se trataba de quebrar los prejuicios y romper los arquetipos que pesaban sobre el colectivo gay? ¿No era cuestión de demostrar que dormir con cualquiera no implicaba nada más que un hecho personal, y no tenía que derivar en un estigma social? ¿No se trataba de explicar que eran médicos, abogados, torneros, camareros, artistas, escritores, y que su condición sexual sólo era una materia íntima? ¿No se trataba de explicar que la sociedad era múltiple, y que los gais formaban parte de ella en plenitud de deberes y derechos?

Finalmente, y perdonen el trazo grueso, ¿no se trataba de superar al maricón para dar la bienvenida al homosexual? Recuerdo haberlo escrito hace tiempo, en relación con la fiesta anual del orgullo gay. No podía, ni puedo, entender por qué es necesario, en dicha fiesta, hacer desfiles horteras, mostrando cuerpos vestidos como si estuvieran en un lupanar de bajos fondos, generalmente más cercanos a la chabacanería barata que a la reivindicación seria de un noble derecho. Algo parecido me ocurre con estos juegos. ¿Por qué motivo ser gay tiene que implicar tener un circo y unos Juegos Olímpicos gais? ¿En qué quedamos? ¿Se lucha por la normalidad o se lucha por la segregación? Cuando se anunciaron dichos Juegos, con toda pompa por parte de la consellera republicana de turno, que se aprestó rauda a hacer la rueda de prensa, convencida de que ganaba puntos en la olimpiada progre, ya expresé mi perplejidad. La mantengo. Sinceramente, me sorprende la utilización de la orientación sexual como elemento segregado de una sociedad. Y si dicha utilización tiene una finalidad económica, entonces nome sorprendo, me escandalizo. Personalmente, no creo que los Juegos Olímpicos gais aporten nada a la lucha contra la discriminación. Al contrario, creo que la apuntalan. Pero mueven dinero, y si el dinero no tiene color, parece que sí tiene orientación sexual. Como sea, lejos de luchar por que el mundo conozca a los grandes atletas gais, y por que sea normal no esconder la orientación sexual cuando se está en la cima del deporte, lejos de ello, se monta un espectáculo para que la gente convierta su gusto sexual en condición deportiva. Es decir, en la lucha por la normalidad, perpetramos espectáculos públicos tan anormales, que segregan a la parte mayoritaria de la sociedad. Alucinante.

Acabo con un apunte de un tema paralelo, el padre-madre que ha mostrado a su hija en las portadas del mundo. Las revistas norteamericanas están haciendo un festín con el morbo. En este caso, más que escandalizarme, me da una enorme pena la exhibición pública de esta niña, como si fuera un mono de feria. ¿Su exhibición es fruto de una lucha simbólica? No seamos ingenuos. Es otro movimiento de talonario. De ahí que en ambos casos, las Oolimpiadas y este padre-madre, mi posición sea tan crítica. Porque no creo que se avance contra el prejuicio. Creo que se hace negocio con él.

27-VII-08, Pilar Rahola, lavanguardia