´Karadzic ante su destino´, Pilar Rahola

La suerte de los grandes criminales la decide el poder. Si están ejerciendo el poder, sus crímenes mantienen la impunidad que el mundo les otorga, por el simple hecho de gobernar sus masacrados países. Cuestión de influencias e intereses, todo se explica en función de una agenda internacional, cuya prioridad nunca ha sido los derechos humanos Los ejemplos de grandes dictadores que mantienen en situación de extremo despotismo a sus poblaciones, y que han perpetrado todo tipo de crímenes, sin ningún rasguño en la conciencia planetaria pueblan las trágicas estadísticas. Ahí está Than Shwe, el jefe de Estado de la junta militar birmana, que gobierna su temible dictadura desde 1962. El gobierno de Birmania masacra sistemáticamente a la población, encarcela y asesina a opositores, instiga los conocidos como batallones de violadores,que escogen a mujeres de etnias pobres, para servir a los mandos del ejército, y ha instaurado un régimen de corrupción sistemática que ha llevado al país a una de las penurias más extremas del mundo. Sólo cabe recordar la tragedia del ciclón Nargis, tras cuyo paso perdieron la vida 85.000 personas, y 60.000 se dan por desaparecidas. Los relatos de los pocos cooperantes explicando cómo vagaban centenares de niños que se habían quedado huérfanos, sin ni ningún tipo de ayuda, eran escalofriantes. La actuación del régimen militar birmano, impidiendo la ayuda humanitaria, ejerciendo un control corrupto sobre la ayuda financiera y abandonando a la población a su dramática suerte, ha sido de una crueldad extrema, y sin embargo, nada pasa. Un régimen que se permite mantener arrestada, durante más de una década, a la líder opositora Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la paz y virtual ganadora de las elecciones, es un régimen que sabe que goza de impunidad internacional.

En la misma tesitura está el dictador de Sudán, Omar Hasan Ahmad al Bashir, que se ríe en la cara del mundo, ante su presumible juicio por crímenes contra la humanidad en el tribunal de La Haya. China y Rusia ya han dejado claro que no van a permitir ningún rasguño para este temible criminal, cuyas fuerzas militares han provocado la tragedia de Darfur, con centenares de miles de muertos. No olvidemos que China incluso ha construido fábricas de armamento en suelo sudanés. The New York Times explicaba el otro día el paseo triunfal de Hasan al Bashir por Darfur, bailando su euforia sobre un jeep del ejército, con miles de seguidores gritando su nombre. ¿Quién le tocará un pelo a este fanático fundamentalista, quizás el peor tirano que hoy existe en el mundo? Nadie. No veremos a este criminal en el tribunal de La Haya. Y si continuamos pasando el algodón a la vergüenza del planeta, ahí están todas las violaciones de los derechos humanos que perpetran otras dictaduras islámicas, con Irán en el top ten de barbaridades. Esta misma semana ha ejecutado a 30 personas, algunas de ellas condenadas por ser homosexuales. Suma y sigue. Por ello, cuando llega la noticia de la detención de Radovan Karadzic, la Carta de los Derechos Humanos respira un poquito. El responsable político de la matanza de Srebrenica, donde asesinaron a más de 8.000 personas, en lo que se conoce como la mayor masacre planificada en Europa desde el holocausto, será juzgado por crímenes contra la humanidad. Ha pasado más de una década desde la matanza, cuando las ínfulas del discurso ultranacionalista de la Gran Serbia llenaban de horror las tierras balcánicas. Recuerdo que por entonces IU se negaba a una intervención de la OTAN para acabar con las limpiezas étnicas serbias... En fin. Finalmente, pues, Karadzic será juzgado. Perdido el poder, le llegó su hora.

Sin embargo, ¿ello significa que la justicia internacional es capaz de perseguir a los grandes criminales? Para nada. Sólo demuestra que saca pecho si los criminales se han convertido en simples derrotados.

29-VII-08, Pilar Rahola, lavanguardia