īGuatepeorī, Xavier Batalla

Kermit Roosevelt, nieto del presidente Theodore Roosevelt, entró en la Casa Blanca una mañana de septiembre de 1953 para contar una historia que parecía una novela de aventuras. Quince días antes, el primer ministro de Irán, Mohamed Mosadeq, había sido derrocado por los servicios secretos estadounidenses y británicos. Y Roosevelt, jefe de la división de la CIA en Oriente Medio, fue convocado por el presidente Dwight Eisenhower para explicar los detalles del primer cambio de régimen propiciado con éxito por la agencia estadounidense.

Gran Bretaña ocupó Irán en la Segunda Guerra Mundial para proteger los suministros de petróleo a la Unión Soviética, entonces aliada. Y después se deshizo del monarca para sustituirlo por su hijo, Mohamed Reza Pahlevi, quien le procuró el control del crudo a través de la Anglo Iranian Oil Company, precursora de la British Petroleum. Pero Mosadeq, elegido primer ministro en 1951, nacionalizó el petróleo y los británicos pidieron ayuda a Washington. El 25 de junio de 1953 fue aprobado el plan golpista, según consta en un informe desclasificado en abril del 2000, y cuatro semanas después Roosevelt llegó a Teherán para supervisar la operación Ajax.

El golpe fue un éxito, aunque el mundo aún sufre las consecuencias. Mosadeq fue derrocado y el sha recuperó el trono. Pero, visto en perspectiva, el resultado no fue tan brillante. El sha gobernó con mano de hierro durante veinticinco años y, como corolario, la represión de su régimen desembocó en la revolución islámica que en 1979 llevó al poder a un sindicato de mulás fundamentalmente antiestadounidenses. Es decir, Washington, a pesar del éxito de Roosevelt, pasó de Guatemala a Guatepeor.

Más de medio siglo después, Teherán vuelve a estar en el punto de mira. Ahora, la tensión no es por el petróleo, sino por el controvertido programa nuclear que el régimen teocrático iraní insiste en mantener pese a las presiones internacionales.

Nada permite suponer que lo que resulta difícil para la diplomacia puede ser resuelto de golpe y porrazo por la fuerza. Y nada indica que una posible acción militar contra el régimen de Teherán vaya a tener un resultado diferente a la intervención de 1953. No faltan quienes aventuran que una acción militar, sea estadounidense o sea israelí con el necesario apoyo logístico estadounidense, podría dañar las ambiciones nucleares iraníes, aunque, añaden, también serviría para reforzar al régimen. Pero tampoco faltan los que, por el contrario, consideran que el régimen iraní es tan perverso que nada puede ser peor, por lo que abogan por una acción que, en su opinión, debilitaría a un régimen opresor. Pero ¿no hay nada peor que el régimen? Sí puede haber algo peor que el régimen iraní, por malo que sea. La inexistencia de régimen alguno. ¿Una prueba? Iraq.

27-VII-08, Xavier Batalla, lavanguardia