´¿Por qué Obama mira hacia Afganistán?´, José María Peredo Pombo

El Paso de Khyber, un estrecho desfiladero en cuyas partes más angostas no pueden cabalgar más de dos caballos juntos o un camello sólo, es uno de los míticos senderos que delimita la frontera entre Afganistán y Pakistán sin apenas otro control que el ejercido por las etnias pashtunes que organizan desde hace tiempo el flujo incesante de peregrinos, traficantes, terroristas, espías, maleantes y hombres santos. Darío el persa y Alejandro Magno lo utilizaron para conquistar la gloria y los comerciantes de la ruta de la seda transitaron por él para conseguir riqueza.

Barack Obama no ha necesitado cruzar el Khyber para alcanzar Asia Central escondido entre el bullicio de una caravana, pero con su viaje a Kabul ha enfilado el peligroso desfiladero de su proyecto de política exterior, que le conducirá desde Irak hacia el territorio afgano y desde el viejo tablero de Oriente Medio hasta el nuevo tablero centroasiático. El paso de la guerra a la diplomacia. Así han bautizado al proyecto demócrata los analistas de moda en Washington.

CAMBIO ESTRATÉGICO

Obama ha justificado su cambio estratégico que propone convertir Afganistán en el nuevo teatro de operaciones militares, alegando que la guerra contra el terrorismo debe de librarse en este conflicto y no en Irak. De la mano del Presidente Karzai, ha pedido públicamente un incremento urgente de tropas en la zona con un mensaje lo suficientemente continuista con la lucha contra el terrorismo y lo suficientemente rupturista con la política de George W. Bush. Es decir, con un mensaje brillante, capaz de convencer al votante americano moderado y al progresista, pero que no es veraz.

Al menos no del todo, porque entre las motivaciones reales que Obama ha ocultado debajo de su traje de seda se encuentran algunas que tienen igual o mayor importancia que la verdad oficial expuesta por el candidato.

Asia Central es en la actualidad la región estratégica emergente en la cual se está configurando la nueva ruta de la energía desde Rusia y Oriente Medio hacia China, India y Extremo Oriente. El oleoducto de la paz, por citar un ejemplo, es un fastuoso proyecto regional para llevar petróleo del Caspio hasta la India, atravesando Afganistán y Pakistán, y los chinos por su parte mantienen desde hace años una política de favorecer en su territorio las rutas de la energía en su camino hacia el Pacífico. Estados Unidos no tiene presencia activa en esta zona del planeta y depende de aliados débiles e inestables, como el Gobierno de Musharraf en Islamabad, para hacer valer sus intereses condenados a ser globales si quieren seguir siendo hegemónicos.

CHINA, RUSIA, INDIA Y PAKISTÁN (Y TAL VEZ IRÁN)

En la región conviven además cuatro potencias nucleares reconocidas (China, Rusia, India y Pakistán) y una en proyecto (Irán) que pueden desequilibrar el orden de prioridades mundiales en caso de producirse un conflicto armado originado por motivos políticos, étnicos o religiosos. Todas ellas se reúnen, como miembros o como observadoras, en la Organización para la Cooperación de Shangai, institución liderada por Rusia y China que engloba de una u otra manera a todos los países y potencias de la región.

No se trata de una alianza defensiva sino política, pero la acción exterior de estas potencias no se limita a los foros multilaterales sino que se están produciendo importantes relaciones bilaterales, también de carácter militar. India, sirva de muestra, acaba de instalar una base militar en Tayikistán. Y a esta intensa actividad política y estratégica en la zona hay que añadirle la preocupación por la proliferación nuclear iraní.

Israel, aliado prioritario para Washington, padece además la presión islamista que genera Teherán a través de la financiación de grupos radicales y terroristas en Oriente Medio y teme el rearme del régimen de los ayatolás más que ningún otro país en este momento. Para Obama sería un éxito más que notable encontrar fórmulas diplomáticas que rebajaran esa tensión, y de paso reequilibraran las influencias de Estados Unidos entre chiíes y sunníes en el mundo islámico, algo que la superpotencia no consigue desde la caída del Sha en 1979.

RECUPERAR EL ACTIVISMO MULTILATERAL

Por otro lado, el escenario de Afganistán le permite a Estados Unidos recuperar una posición activa en la seguridad multilateral al estar implicadas en el conflicto fuerzas internacionales de países miembros de la OTAN y con ello transmitir un cambio radical en la imagen intervencionista y no respetuosa con las normas jurídicas y las instituciones internacionales que ha proyectado la administración Bush.

Este nuevo escenario político y militar reforzaría las relaciones con Europa, aliado que comparte valores, organizaciones e intereses, y cuyos países se encuentran igualmente marginados de la región. En este sentido, no resulta extraño que Obama haya terminado su gira mundial deteniéndose en tres países europeos, Alemania, Francia y Reino Unido, para explicar su propuesta y remendar los hilos de eje transatlántico.

Y finalmente, reorientar la política exterior hacia Afganistán produce una imagen de fortaleza en la opinión pública capaz de contrarrestar el efecto vietnamizador que conllevaría una retirada de Irak sin haber conseguido terminar con la inestabilidad y la violencia en el país. Con todos estos argumentos cargados en los lomos de su caravana política es lógico que, el tal vez presidente de Estados Unidos el próximo enero, no haya escogido un estrecho sendero para llegar a Kabul. Pero sin atravesar el paso de Khyber a Barack Obama puede resultarle muy difícil conseguir la gloria que alcanzaron algunos de sus predecesores.

29-VII-08, José María Peredo Pombo, safe-democracy