ŽLa rivalidad Este-OesteŽ, Pascal Boniface

La rivalidad Este-Oeste fue calificada de guerra fría. No hubo conflictos armados directos entre las superpotencias sino una guerra ideológica a ultranza. Los Juegos Olímpicos constituyeron uno de los múltiples envites.

El espíritu olímpico sirvió de cimiento ideológico en el plano interno. En la URSS se glorificó el homo sovieticus valeroso y dinámico. Las diferentes nacionalidades soviéticas se unieron de forma fraternal y eficiente.

Los atletas se convirtieron, a semejanza de los cosmonautas, en protagonistas de la mitología soviética.

Los estadounidenses no fueron a la zaga. El espíritu de iniciativa y el placer por el esfuerzo, el éxito individual, valores estadounidenses por excelencia, se encarnaron en el ideal olímpico. Los atletas norteamericanos celebraron su victoria en Los Angeles en 1984 envolviéndose en la bandera nacional para dar una vuelta de honor.

El recuento de medallas permitía demostrar la superioridad política. ¿Cuántos podían obtener mejores marcas en el seno del socialismo o del capitalismo? ¿Cuál era, por tanto, el mejor sistema político? Los Juegos Olímpicos eran la continuación de la guerra fría por otros medios. Pero, en definitiva, ¿no era preferible el enfrentamiento en los estadios al propio de los campos de batalla? Como señalan los sociológicos Elias y Dunning, "los Juegos Olímpicos permiten a los representantes de los distintos países enfrentarse sin matarse unos a otros".

En una época en que el amateurismo era una condición del olimpismo, cada régimen instauraba un sistema que le permitiera sobresalir. Los atletas soviéticos pertenecientes al ejército o la policía podían consagrarse totalmente a su preparación física. Los atletas estadounidenses solían ser estudiantes, reclutados por las universidades por sus resultados deportivos más que por su buen nivel en los exámenes.

La diplomacia olímpica - centralizada en la URSS, descentralizada en Estados Unidos- evolucionaba a imagen de sus regímenes.

La URSS participó por primera vez en los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1952. Hubo dos villas olímpicas distintas (Este y Oeste). Los estadounidenses obtuvieron 40 medallas de oro, los soviéticos, 22. Moscú ganó los dos Juegos Olímpicos siguientes (37 medallas a 32 en Melbourne, 43 a 34 en Roma). Washington recuperó la victoria en Tokio (36 medallas a 30) y posteriormente en México (45 medallas a 29).

En Munich se produjo una doble victoria comunista; la URSS obtuvo cincuenta medallas de oro y la RDA batió a la RFA por 29 medallas de oro a 13. En Seúl se produjo el triunfo absoluto. La URSS obtuvo 55 medallas, la RDA se colocó en segundo lugar con 37 medallas y Estados Unidos consiguió el tercer lugar con 36 medallas.

Pero los éxitos de la RDA no se explican por la organización estricta y severa de su régimen. Se descubriría, tras la caída del muro del Berlín, lo que ya antes ya se adivinaba: un extendido sistema de dopaje que posibilitó numerosas victorias en detrimento de la salud de los deportistas.

Entre Seúl y Barcelona cayó el muro de Berlín, las dos Alemanias se reunificaron, la URSS se desmoronó. En Barcelona ya no hubo URSS sino un equipo de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) sin himno y sin bandera. La división Este-Oeste desapareció. Las rivalidades nacionales permanecen.

12-VIII-08, Pascal Boniface, lavanguardia