Pervez Musharraf ha sobrevivido a por lo menos tres intentos de asesinato y a su condición de enemigo público número uno de Al Qaeda, pero no a la amenaza de un impeachment y los tejemanejes de la política. El presidente pakistaní, odiado tanto por los islamistas radicales como por los defensores de la democracia, dimitió finalmente ayer después de una resistencia de dos semanas. Cortejado en su día por todos, al final se quedó solo.
Tras nueve años en el poder, desde que en 1999 protagonizó un golpe de Estado incruento contra el mismo hombre (Nawaz Sharif) que lo había nombrado jefe del ejército y que ahora ha desempeñado un papel decisivo en su caída, Musharraf ha sido abandonado por amigos, aliados y compañeros de viaje (Estados Unidos, Reino Unido, el ejército pakistaní, los servicios de inteligencia...). La creciente oposición a su mandato le obligó primero a renunciar al poder militar y conformarse con el civil en el 2007, y luego a la convocatoria de unas elecciones que perdió en febrero pasado. La declaración del estado de excepción y el enfrentamiento con los jueces han sido al final su perdición, las justificaciones formales para ser acusado de violar la Constitución.
La dimisión de Musharraf, anunciada en un discurso televisado de una hora de duración, fue festejada por sus numerosos enemigos en casa y en el vecino Afganistán, pero atiza aún más el fuego de la inestabilidad en un mundo convulsionado por la crisis económica, el conflicto de Georgia y los zarpazos de un oso ruso que vuelve a querer mandar en el bosque.
Esta dimisión plantea nuevas incertidumbres en un orden mundial todavía no asentado tras el final de la guerra fría, con el progresivo declive de Estados Unidos como superpotencia y el ascenso de China e India. Pakistán es una potencia nuclear de 160 millones de habitantes donde están representadas todas las fracciones del islamismo, incluida la más radical.
¿Qué va a pasar a partir de ahora? De entrada, el presidente del Senado, Mohammedmian Soomro - protegido de Musharraf , ex banquero y ex gobernador de la provincia de Sindh-, ejercerá de presidente en funciones durante aproximadamente un mes, hasta que los dos partidos que integran la coalición que resultó de las elecciones legislativas de febrero, la Liga Musulmana-N de Sharif y el Partido Popular de Pakistán que lidera Asif Ali Zardari, viudo de Bhutto, se pongan de acuerdo sobre la sucesión. Ambos aspiran en teoría al cargo, pero el carácter cada vez más simbólico de la presidencia hace posible que pueda recaer en una figura neutra de consenso, como el dirigente liberal pastún Asfandyar Wali Khan.
Musharraf ha quedado marcado por su relación con Bush. Washington no tiene una especial tradición de ser leal a sus socios coyunturales (Sadam Husein, Noriega...), y tampoco lo ha sido con el caudillo pakistaní en cuanto se dio cuenta de que su fecha de caducidad se aproximaba. Le fue de gran utilidad cuando declaró - al menos de boquilla- la guerra a Al Qaeda y a los talibanes y permitió el uso de su territorio para las razzias en busca de Bin Laden. Le ha dado diez mil millones de dólares en ayuda militar pese a que la ambigüedad del dictador era evidente y tanto el ejército como los servicios de inteligencia están tomados por islamistas radicales.
Gordon Johndroe, portavoz de la Casa Blanca, declaró ayer que "Bush aprecia los esfuerzos de Musharraf por intentar una transición democrática en Pakistán, así como su compromiso con la lucha contra Al Qaeda y los grupos extremistas". Condoleezza Rice precisó: "Mi Gobierno espera colaborar con el sucesor de Musharraf en temas como combatir el extremismo".
La Liga Musulmana-N se la tenía jurada a Musharraf por su persecución de los islamistas radicales y su colaboración con EE. UU., y el PPP sospecha un papel cuando menos turbio en el nunca aclarado asesinato de Benazir Bhutto. Shari y Zardari, sus respectivos líderes, se han unido para dar la estocada a Musharraf, pero el futuro de Pakistán - y de toda la región- depende de si una vez aniquilado su enemigo preservan las formas democráticas o deciden que todo vale en la persecución del poder, una constante en los 61 años de turbulenta historia del Pakistán independiente.
Musharraf dijo en su discurso que no es un delincuente ni un corrupto. El soldado, ataviado como un funcionario, afirmó que se marcha por el bien del país, pero que Pakistán lo echará de menos. La humildad nunca fue su fuerte.
A Musharraf, de 65 años, estaban a punto de entregarle una lujosa mansión que se ha hecho construir en Islamabad para la jubilación, pero ahora lo más probable es que se vaya al exilio, ya sea en Londres, EE. UU., Arabia Saudí, India (donde nació en 1943, antes de la partición) o Turquía. Lo que es seguro es que deberá gozar de amplia protección, pues son muchos los interesados en eliminarlo. Tras el golpe militar de 1999 prometió una "rápida transición a la democracia" que ha tardado nueve años en llegar, y no precisamente motu proprio. En los primeros años fue relativamente popular, gracias a un crecimiento económico sin precedentes y una serie de reformas. Aunque EE. UU. alaba su labor en la guerra contra el terrorismo, su papel ha sido ambivalente. Ha detenido a casi 700 militantes de Al Qaeda, pero Bin Laden posiblemente sigue vivo en la región fronteriza entre Pakistán y Afganistán. El principio de su final político fue la suspensión en el 2007 del presidente del Tribunal Supremo, Iftijar Chaudhry, temeroso de que el sistema judicial restase legitimidad a su presidencia. Tan impopular y autoritaria decisión dio alas a la oposición, que le derrotó primero en las urnas y luego se unió para forzar su dimisión.
19-VIII-08, R. Ramos, lavanguardia
"Musharraf ya no está pero sus políticas continúan", declaró a la BBC un portavoz de los talibanes pakistaníes para justificar el ataque suicida a un hospital del noroeste del país que causó ayer veinticinco muertes. Simple aperitivo de la violencia que se avecina mientras los dos partidos mayoritarios - el PPP que lidera Asif Ali Zardari, viudo de Benazir Bhutto, y la Liga Musulmana-N de Nawaz Sharif- negocian el poder. En la primera ronda de negociaciones entre ambos líderes, para buscar un sucesor de consenso ante la dimisión de Musharraf, no alcanzaron ningún acuerdo, como era previsible, y portavoces de ambas formaciones coincidieron en que la obtención de un compromiso "puede tardar días, sino semanas". Mientras tanto, el presidente del Senado, Muhammad Sumroo, ejercerá las funciones a título provisional. El futuro de Pakistán no depende tan sólo de factores internos, sino también exteriores, sobre todo de quién gane las elecciones norteamericanas de noviembre y su política hacia el país asiático. George Bush dio ingentes cantidades de dinero (más de diez millones de dólares) a Musharraf a cambio de su apoyo en la persecución de los talibanes y la lucha contra el terrorismo, pero una hipotética victoria de Obama podría cambiar las prioridades con drásticas consecuencias para el equilibrio geopolítico. Ni Ali Zardari ni Sharif han hecho declaraciones sustanciales desde la dimisión de Musharraf, mientras negocian no sólo la presidencia sino también una posible inmunidad para el dictador y su permanencia o exilio del país. El PPP tiene más diputados en el Parlamento, pero no tanto por sus políticas modernas y prooccidentales como por solidaridad ante el asesinato de Bhutto, mientras que la Liga Musulmana-N adopta planteamientos conservadores y nacionalistas. La alianza aislada contra un enemigo común choca ahora con sus respectivas ambiciones.
El atentado suicida contra el hospital, donde se congregaban gran número de chiíes tras el asesinato a balazos de un popular líder local, causó al menos veinticinco muertos y decenas de heridos de diversa consideración.
20-VIII-08, R. Ramos, lavanguardia