´Campeón o embajador´, Pascal Boniface

Los campeones que compiten en los Juegos Olímpicos, ¿libran torneos extraordinarios o son embajadores de sus países? Tras el pregonado objetivo de la fraternidad y el internacionalismo, lo cierto es que las preocupaciones nacionales y patrióticas no estuvieron ausentes del espíritu de Pierre de Coubertin. Cuando decidió en 1894 recrear los Juegos Olímpicos, quiso infundir en el ánimo de los jóvenes franceses un espíritu de competición. Se considera, por ejemplo, que la preparación física de sus jóvenes, había tenido un papel determinante en la victoria militar de Prusia en 1871.

Sin embargo, la idea de dar a cada equipo deportivo un carácter de representante nacional estuvo ausente de las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos. En ellas estuvieron representados escasos países y el individualismo de los miembros de la elite social y deportiva que participaron motivó que se representaran más a sí mismos que a sus países. Los gobiernos de los países participantes tampoco se implicaron en la organización de los Juegos o en la preparación de una delegación. Sin embargo, desde los Juegos de 1908, la cuarta edición de la era moderna, las delegaciones desfilaron en la ceremonia de apertura agrupadas por nacionalidad y bajo su bandera.

Tras la Primera Guerra Mundial, los Juegos adquirieron resueltamente una dimensión internacional y los ministerios de Asuntos Exteriores se ocuparon de la organización de las competiciones internacionales. Las nuevas naciones surgidas del desmembramiento del imperio austrohúngaro exhibieron orgullosamente su joven independencia. En los países asolados por la guerra, el nacionalismo estaba en auge. La competición favorecía la cohesión del país. Desfilar tras una bandera, izarla y oír los acordes del himno nacional durante la ceremonia de entrega de medallas reforzaba el nexo campeón-nación.

Si los regímenes totalitarios juegan a fondo la baza de esta instrumentalización del deporte, las democracias no le van a la zaga. Los pueblos se identifican con sus campeones, cuyas victorias halagan el ego nacional y permiten victorias simbólicas. Las rivalidades nacionales e ideológicas tanto anteriores como posteriores a la segunda guerra mundial han sido susceptibles de prolongarse en los encuentros deportivos. El honor de la patria está en juego, aunque a veces haya que hablar de derrotas simplemente temporales que pueden ser reparadas cuatro años más tarde sin derramamiento de sangre.

Cabe observar, sin embargo, que Mao, que apostó por el fervor nacionalista, no advirtió cabalmente el interés del deporte. Adepto inconsciente del ideal olímpico, veía en él una función pedagógica e higiénica. Sólo después de su muerte descubriría China que cabe unir la llama olímpica y la llama nacionalista.

A partir del ejemplo de los atletas estadounidenses en 1984, se apreció positivamente que el vencedor de una prueba se envolviera en la bandera nacional para dar una vuelta de honor. La grandeza del país se reflejaba en el medallero.

De Gaulle, a quien cuesta imaginar en chándal o con una camiseta deportiva, lo había comprendido. En 1960, Francia ocupó el lugar 25. º en los Juegos y sólo consiguió cinco medallas, ninguna de ellas de oro. El resurgimiento nacional que impulsó el fundador de la V República pasó también por el deporte. El dibujante Jacques Faizant lo representó en chándal y zapatillas deportivas, diciendo: "En este país, si no lo hago todo yo mismo...".

Se nombró un responsable gubernamental para la preparación olímpica, el coronel Marceau Crespin, quien creó delegaciones técnicas nacionales (DTN). Y se produjo el giro. Francia logró 15 medallas, de ellas una de oro, en Tokio (21. ª clasificada) y siete medallas de oro en México (6. ª clasificada). En el marco de la "cierta idea de Francia" que tenía el general De Gaulle, el deporte ya ocupaba su entero lugar.

24-VIII-08, Pascal Boniface, lavanguardia