´Derechos para el genocida´, Prudencio García

El ver y oír a un implacable asesino como Radovan Karadzic, causante de sufrimientos humanos indescriptibles, adoptando una pose seria y supuestamente digna, quejarse de que en su arresto "se produjeron irregularidades" constituye un espectáculo dotado de un humor urticante difícilmente superable.

El sujeto que ordenó la limpieza étnica de Bosnia, incluido el asesinato de ocho mil ciudadanos bosnios en Srebrenica en 1995, atropellando previamente con absoluto desprecio a los cascos azules holandeses que supuestamente los protegían bajo la bandera azul y blanca de la ONU; el mismo individuo que ordenó y mantuvo durante varios años el asedio de la ciudad de Sarajevo con artillería pesada, francotiradores contra los peatones y morterazos contra los mercados, todo lo cual produjo en ella doce mil muertos; el mismo jefe desalmado que desalojó de sus hogares y arrojó a la intemperie a miles de familias civiles desarmadas, condenándolas al frío, el hambre, la ruina y la violación de sus mujeres, ese mismo sujeto, dice ahora que se siente víctima de una "caza de brujas". Y se manifiesta preocupado, ya que "teme por su vida".

Pero su vida, incluso en su actual situación, sería envidiada por muchos. El carnicero de Sarajevo ya es huésped de la confortable cárcel de Schveningen, cerca de La Haya. Su celda personal no es precisamente pequeña, 15 metros cuadrados, dotada de teléfono, radio, televisión, ordenador con acceso a internet. Buena alimentación, excelente asistencia médica, correctas temperaturas en verano y en invierno, acceso a la prensa internacional, gimnasio, sala de actividades artísticas, razonable régimen de visitas. Cuántos desgraciados de este mundo, absolutamente inocentes de todo delito, se cambiarían por él.

Impresionante espectáculo, el de una justicia tan civilizada que se considera obligada a otorgar tan enormes derechos a los más crueles genocidas. Pero el espectáculo chirría y alcanza la culminación de lo moralmente aberrante cuando, en el máximo retorcimiento de lo grotesco, tras escuchar la lectura de los terribles crímenes que se le imputan, el genocida, muy serio y muy digno, señala lo realmente intolerable de todo este asunto: las supuestas irregularidades de su detención.

Prudencio García, investigador y consultor internacional del Instituto de Ciencia y Sociedad (INACS), 24-VIII-08, lavanguardia