“Ni guerra ni frķa“, Xavier Bru de Sala

Para ambos contendientes, la guerra fría se basaba en un enorme esfuerzo armamentístico unido a un cálculo de la destrucción que, llegado el momento, cada bando era capaz de infligir al otro. Si se llamó, con tanto acierto, fría, era porque en vez de enfrentarse en el campo de batalla, como todo el mundo era campo de batalla, se medían las fuerzas sobre el mapa o de modo indirecto. Rusia empezó a perder aquella larga y para nosotros incruenta guerra en Cuba porque, después de desafiar a Estados Unidos, se arrugó. La continuó perdiendo en Checoslovaquia: al invadir militarmente uno de sus aliados, puso de manifiesto que no eran tales, sólo satélites, y que deseaban cambiar de bando, cosa que no sucedía con los miembros de la OTAN.

La acabó de perder, y de forma estrepitosa, con la combinación de dos elementos más: los antimisiles americanos, que protegían al enemigo mientras Rusia quedaba igualmente expuesta; y el colapso de la sociedad y el sistema productivo.

La dictadura es un fenómeno tan antiguo como la humanidad, y la lucha contra ella será aún larga, muy larga (tanto, que nunca se acabará). Pero el comunismo se acabó. Rusia lo hundió al convertir en unos decenios un gran país en una masa inerme, maniatada, sin energías. No hay que hacer caso pues a quienes pronostican la vuelta de la guerra fría. Rusia es preocupante para Europa, pero no puede enfrentarse a la OTAN con éxito en asuntos de mucho calado por razones de decadencia interior y manifiesta inferioridad militar.

Tampoco es de recibo machacar a Europa, ni por un supuesto exceso de tolerancia con Rusia, ni por lo contrario, invertir poco en armamento y mostrarse escasamente dispuesta al uso intimidatorio de sus ejércitos (para eso ya están los norteamericanos, que se enfadarían mucho si les disputáramos este papel). Europa, como actor principal y vecino de Rusia, ha hecho varias cosas de primerísimo orden. La primera, demostrar que el capitalismo democrático le da mil vueltas al comunismo. Lo que la gente quiere de un modo constante es disminuir el sufrimiento y aumentar su calidad de vida. El bienestar y las libertades son ingredientes fundamentales para toda sociedad humana. A nuestro lado del telón de acero ambas contaban con índices elevados, mientras que en el otro el bienestar era escaso y las libertades fueron sustituidas por un régimen policial que obligaba a los ciudadanos a convertirse en delatores de sus familiares y amigos. Si los países del Pacto de Varsovia querían cambiar de bando ha sido en buena parte por comparación. Con el dinero inicial del plan Marshall y sin fuentes propias de energía, Europa ha construido las sociedades más equitativas, más ricas y menos peligrosas que ha conocido el planeta.

La segunda cosa que ha hecho Europa es unirse, ampliarse y acelerar el desarrollo económico, social y político de cuantos se han unido al club o aspiraban a entrar. No es poco. La tercera, que tal vez acabe siendo discutible pero de la que por ahora no podríamos arrepentirnos, consiste en haber apostado por una notable interdependencia con nuestro mayor enemigo común. Nos hemos convertido en el mejor cliente de Rusia, sin el cual no tendría ni aliento para bravatas, y a la vez en vulnerables a un posible y hasta probable chantaje en forma de corte de suministro de gas y petróleo.

Lo peor de esta situación es el uso abusivo que hace Rusia de su poder, sea poco o mucho. Siempre chantajista, intimidatorio, abusivo, con la bota por delante, calculando sólo ventajas para ella y sacrificios para los demás. Así se ha hecho odiar por todos quienes la rodean, casi sin excepción. Así seguirá haciéndolo, pues a la primera de cambio, y sin estar de veras preparada, ya vuelve a ejercer de matón.

¿Cuál es la respuesta adecuada a la invasión de Georgia? No había muchas más posibilidades. De entrada, protestar, negociar, dejarse tomar el pelo. Luego, algo más sustancioso. Admitir de una vez a Georgia en el seno de la OTAN, si no hay otro remedio, mutilada, para ir completando así el rodeo militar de un país que se niega a admitir su lugar geoestratégico y sacrifica el bienestar de sus ciudadanos a cambio de pavonearse y destruir (pagando Europa). Con Georgia en nuestro lado, dispondremos además de una ruta terrestre alternativa para el suministro energético, de modo que no nos quedemos sin gas y petróleo en caso de que la apuesta por la interdependencia acabe saliendo mal.

Las buenas palabras siguen sin ser bien recibidas en Rusia. Pero las acciones, esas sí las entienden. Y siguen sabiendo calcular. Así que únicamente en caso de salir perdiendo con sus incivilizadas bravatas acabarán cediendo, eso es apostar por la libertad, el desarrollo, las relaciones amistosas y un lugar en el mundo conforme a una grandeza que sería verdadera y no intimidatoria. Es lo que todos deseamos y sus ciudadanos acabarían agradeciendo, pero no se logrará sin firmeza occidental. Si Rusia gana Osetia del Sur y Abjasia, la OTAN debe recobrar sentido incorporando a Georgia. De entrada.

Xavier Bru de Sala, 29-VIII-08, lavanguardia