´´Antes morir que dejar de vivir´, dicen´, Quim Monzó

No sé si, llegado el momento y encontrándome en situación terminal, tendría el coraje de coger de la mano del médico el cóctel de fármacos y tomármelo, como hacen en Suiza. No lo sé porque no he estado nunca en situación terminal, ni he sentido la desesperación que a menudo acompaña al enfermo durante ese tramo de la vida. Y, como no he pasado por todo eso, no sé cómo reaccionaría: si vería la muerte asistida como una bendición o si me agarraría a la vida, por miserable y dolorosa que fuese.

Pero sí he visto a personas en esos callejones sin salida, en los que la degradación y el sufrimiento hacen de la vida un sinsentido. ¿Por qué hay que seguir en este mundo si uno quiere desaparecer de él? Está claro que, si no te ayudan, queda la posibilidad de abrir la ventana y saltar unos cuantos pisos hasta estrellarte contra el pavimento. Eso, si puedes. Pero en esas circunstancias a menudo no puedes, y uno espera de la medicina esa ayuda final: la última que el ciudadano pide. Es justo y razonable tener esa posibilidad. Si la utilizo o no, será cosa mía. Nadie me obligará a morir si no quiero, pero nadie hará inútilmente difícil el trance. En las droguerías no le venden a uno arsénico por la cara. Sé de un droguero que, cada tanto, recibe la visita de algún anciano que le pide. El droguero les dice siempre:

- Va, hombre, váyase a casa a mirar la tele.

He visto a viejos pidiendo que les ayuden a morir. Los he visto almacenando pastillas en la mesita de noche para tomárselas todas de golpe y acabar de una vez. Pero también he visto como, a pesar de las pastillas almacenadas, nunca toman la decisión. Muchos de los que dicen que quieren morir dudarían, si en serio tuviesen la posibilidad. ¿Cómo no iban a dudar si, según qué escogiesen, sería esa su decisión definitiva? Pero, así como algunos dudarían, otros - más resueltos o con condiciones de vida más lamentables- no dudarían ni un instante.

No sé si, como dice el PP, el Gobierno español habla ahora de la propuesta de muerte asistida para distraer la atención de las cifras del paro. Pero es evidente que la propuesta es sensata y en absoluto extremada. Hace años que muchos conciudadanos nuestros firman el documento de voluntades anticipadas, el testamento vital, para dejar claro que, en determinadas circunstancias, no quieren que les alarguen el suplicio. Todos esos testamentos vitales servirían para mucho más de lo que sirven ahora si se diese un nuevo paso. El que propone Bernat Soria, por ejemplo. Holanda, Bélgica y Suiza abrieron hace años la brecha y, según parece, Luxemburgo lo hará pronto. No estaría mal que, aquí abajo, en la ribera del Mediterráneo, empezásemos a seguir el ejemplo. A ver si es verdad eso que dicen de que el sur también existe.

10-IX-08, Quim Monzó, lavanguardia