´La agonía de la banca de inversión´, Nomi Prins

Mientras Estados Unidos vanza hacia las elecciones presidenciales, Wall Street avanza hacia su propio día del Juicio Final. Dada la naturaleza de las finanzas mundiales, la implosión (explosión hacia dentro) del centro económico de EE. UU. tendrá repercusiones en todo el mundo. Mientras tanto, los grandes bancos comerciales siguen engullendo bancos de inversión, con la esperanza de ser capaces de absorber los miles de millones de dólares de riesgo no cuantificable procedentes de las garantías de liquidez.

Con su agujero de 433.000 millones de euros tras acogerse al Capítulo 11 de la ley de Quiebras, Lehman Brothers arrebató el domingo pasado el título de la mayor bancarrota de la historia de estadounidense a WorldCom (75.000 millones, en 2002). Dos días después, Goldman Sachs, que había sido el pilar de Wall Street desde el inicio de esta tormenta anunció un descenso del 70% en los beneficios.

La Reserva Federal tenía las manos atadas en marzo cuando Bear Stearns estuvo al borde de la bancarrota, pero esta vez con Lehman han comprendido que la base de capital de Wall Street en general, en relación con su apalancamiento, no es algo que pueda salvarse con una inyección de capital o con una promesa a un banco comercial de que la Fed devolverá 20.000 millones de euros en activos de riesgo, como prometió al JP Morgan Chase.

La Reserva Federal actuó correctamente al echar a Lehman Brothers de su ventanilla en los últimos momentos fatídicos de la noche del domingo. No fue acertado respaldar como hizo en marzo los 20.000 millones en garantías obtusas del Bear Stearns, lo cual facilitó la adquisición por parte de JPM Chase. No tendría que ser nunca responsabilidad de la Fed, o del gobierno, respaldar la especulación de los bancos de inversión. Lo que deberían haber hecho los reguladores era ocuparse del sistema cuando la especulación sobrepasaba el capital disponible.

El cometido del gobierno debería ser infundir estabilidad en el sistema financiero. Mejor tarde que nunca. Y "tarde" es un monumental eufemismo de un colapso del sector financiero de EE. UU.

Por desgracia, ni la Fed, ni el gobierno federal, ni los candidatos presidenciales (ni, para el caso, el presidente), tienen la menor idea de qué hacer. Los simples apaños no mitigarán el estado calamitoso del sector financiero ni su impacto en la economía o en las finanzas internacionales.

Sólo funcionará una regulación amplia y decidida.

El sistema bancario estuvo por última vez al borde de la implosión en 1932, tres años después del crac bursátil de 1929. Franklin Delano Roosevelt venció a Herbert Hoover en la carrera a la Casa Blanca. El país entero luchaba contra una Gran Depresión desatada por las fuerzas de la codicia económica no regulada. Roosevelt se alzó contra el poder ilimitado de Wall Street y le puso límites. El New Deal resultante incluyó una barrera a la fuerte intersección del capital financiero y la codicia no regulada que se llamó Ley Glass-Stealgal (1933).

Lehman Brothers probó la otra noche en carne propia el propósito de la ley Glass-Steagal. Su desaparición no es un espectáculo agradable, no sólo por sus 158 años de historia, por los 25.000 trabajadores que se han quedado de pronto sin trabajo, ni por la larga lista de instituciones a las que Lehman debía dinero y que acabarán peleándose ante un tribunal de quiebras.

No es agradable porque trae consigo un proceso de aprendizaje cero. Con Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, que intenta desesperadamente encontrar un modo de salvar el sector bancario de sí mismo, y con Henry Paulson, secretario del Tesoro, que no puede esperar hasta que estas elecciones lo salven de sí mismo, nos encontramos ahora ante una fenomenal inercia en el ejecutivo y el Congreso estadounidenses.

El catalizador de la actual crisis bien puede ser el mercado inmobiliario; pero no por el ligero sobreapalancamiento de algunos prestamistas individuales, sino por el sobreapalancamiento masivo de todo el sector bancario. El mayor culpable es el asesinato de la ley Glass-Steagal, que preparó el camino para esta temeridad.

Sin embargo, en lugar de considerar los enormes riesgos de fundir los intereses de la banca comercial y especulativa, teniendo en cuanta las abrumadoras pruebas, los funcionarios federales se han mostrado partidarios de la compra completa (35.000 millones de euros) de Merrill Lynch por parte de Bank of America. Ese acto reflejo sigue la misma pauta peligrosa que empezó cuando Citigroup absorbió Salomon Brothers después de que el Congreso asesinara la ley Glass-Steagal en noviembre de 1999 y que continuó con la adquisición de JPM y Bear, Stearns por parte de Chase.

La Reserva Federal desea evitar otro gigantesco fracaso en Merrill Lynch empujándolo a los brazos de Bank of America. Es una mala política en este momento. No es posible que Bank of America tenga conocimiento de la magnitud de las pérdidas potenciales de Merrill. Eso, en tanto que banco comercial supone la compra de un gigante especulativo; es mucho más peligroso que adquirir Lehman Brothers. La Reserva Federal estaba en su derecho al desatender -con toda cordura-la petición de rescate de Lehman. Sin embargo, no podrá hacer lo mismo con Bank of America, que a diferencia de Lehman o Bear es responsable de las cuentas de millones de clientes, de personas de verdad con dinero de verdad haciendo cola.

La naturaleza especulativa y no transparente del sector, en el que los bancos comerciales y de inversión pueden prestar más allá de sus capacidades de amortización, constituye una amenaza para la seguridad económica nacional. La desaparición de Lehman supone el vertido de más inversiones inmobiliarias sin valor en un mercado que ya está sobresaturado (si Lehman hubiera podido vender sus activos a cambio de la suficiente inyección de capital, lo habría hecho). Su bancarrota sólo perjudicará todavía más al mercado, ya que otros agentes mostrarán aún menos apetito por sus desechos inmobiliarios.

En todo este torbellino, los ciudadanos verán aún más recortada su capacidad para conseguir créditos, aunque cumplan los requisitos. Bank of America, que es uno de los principales prestatarios del país, debería tener la sensatez de calcular el riesgo de comprar ese mastodonte que es Merrill, y cuantificar cuánto capital está en juego antes de ampliarse más. Mientras tanto, necesitarán -al igual que otros-congelar el capital de los clientes y reservarlo para futuras tormentas. La madre naturaleza está enviando una sucesión de huracanes contra Estados Unidos. La temporada de huracanes sobre Wall Street es obra al 100 por ciento del hombre. Con objeto de atajar el sufrimiento, es necesaria una verdadera fuerza y regulación legislativa. Sin ella, la consolidación de la banca de inversión en el ámbito de los bancos comerciales es el mayor desastre que nos espera.

17-IX-08, Nomi Prins, lavanguardia