´Genocidas corrientes´, Imma Monsó

Se han retomado de nuevo, hace unos días, las audiencias contra Radovan Karadzic, el Carnicero de Srebrenica. Recuerdo que, a comienzos del verano, cuando se retransmitían las primeras sesiones del juicio, pasé ante una tienda de televisores donde aparecía él, y la gente corriente quedábamos imantados ante la compostura del individuo, asombrados ante la normalidad de su comportamiento. Es de las cosas más destacadas que se nos ocurren, a la gente corriente, cuando contemplamos a un genocida: la normalidad con la que estos se enfrentan a sus crímenes. La gente corriente no somos expertos, pongamos, en la obra de Hannah Harendt ni en sus tesis sobre la banalidad del mal, y de buenas a primeras, solemos esperar encontrarnos ante un monstruo de tres cabezas. O, al menos, esperamos hallar algo que nos indique claramente que estamos ante un genocida. La normalidad en el comportamiento que esperamos de la gente corriente es lo que nos asombra en uno de estos sujetos. De hecho, este tema aparece recurrentemente en muchas obras de ficción.

En Los optimistas,el escritor británico Andrew Miller pone en escena a un fotógrafo traumatizado por una matanza que ha fotografiado en África, inspirada en un hecho real sucedido en Ruanda en 1994. Cuando regresa a Europa, cierta sed de venganza le impide recomponer su estado anímico. Finalmente, averigua el paradero del burgomaestre autor de la masacre. Cuando se enfrenta a él, que vive tranquilamente en Matongé, barrio de africanos en Bruselas, el narrador descubre a un hombre mayor, demacrado, débil, con gafas, aparentemente insignificante. Nada indica en la normalidad del individuo que haya sido capaz de masacrar a más de tres mil personas, mujeres y niños en su mayoría: ni un leve síntoma de alarma, de vergüenza, de maldad. Sólo ve a un pobre hombre al que ni siquiera sabe qué decir.

Algo parecido cuenta Philip Roth en Operación Shylock, donde, al inicio de la novela, relata el controvertido juicio de Demjanjuk en Jerusalén, el Iván el Terrible que había troceado miles de seres inocentes en Treblinka: "Me había quedado absorto en la contemplación de John Demjanjuk, que pretendía ser tan corriente y moliente como su aspecto lo proclamaba: la cara que tengo - parecía decir-, quiénes son mis vecinos, mi trabajo, mi ignorancia, la religión a que pertenezco, mi largo e intachable historial de padre de familia como cualquier otro de los que viven en Ohio, toda mi inocuidad desmiente una y mil veces las acusaciones de que se me hace objeto. ¿Cómo puedo ser una cosa y otra a la vez?". Y el narrador prosigue, respondiéndole imaginariamente: "Porque lo eres. Porque lo único que de tu aspecto puede deducirse es que no resulta tan difícil ser al mismo tiempo el abuelo que ama a sus nietos y el asesino que mata por grupos multitudinarios. Por eso, precisamente, porque tan bien has hecho ambas cosas".

20-IX-08, Imma Monsó, lavanguardia