īLos humos que bajanī, Enric Juliana

"A por el ICO!", grita gente encorbatada en el paseo del Prado, entre Cibeles y Neptuno, allí donde la acera se estrecha, como si Madrid, cortés, quisiera dejar paso a un tranvía centroeuropeo. La toma del ICO es hoy la más acerada de las consignas de quienes abogan por una Nueva Política Económica. El palco del Bernabeu al completo sostiene la pancarta, y Miguel Boyer, el intelectual más fino de la confederación de despachos, redacta los manifiestos.

"¡A por el ICO!" Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, ha lanzado esta semana el desafío liberal-bolchevique: "Ante la magnitud de la crisis, hay que poner entre paréntesis la economía de mercado". Por proponer exactamente lo contrario, aflojar la colectivización para que respirase la propiedad privada, al menchevique Nikolai Bujarin lo pasaron por la piedra. Ocurrió hace muchos años en Moscú, tras la fulminante cancelación de la Novaya

Ekonomitcheskaya Palitika, paréntesis reformista que en los años veinte intentó reconducir el experimento soviético, antes de la entronización de Stalin y sus planes quinquenales.

Boyer, Díaz Ferrán y el palco del Bernabeu no pretenden izar la bandera roja en el Banco de España, pero aprietan para que el Gobierno, siguiendo la estela de Washington, ponga los instrumentos financieros del Estado a trabajar contra el brutal estrangulamiento de las empresas. Con el aval del Estado, el Instituto de Crédito Oficial (paseo del Prado, 4) obtendría préstamos en el extranjero que hoy son negados a la banca privada. Suministraría oxígeno. No hay que ser un lince para adivinar que el ICO, hoy semioculto en la penumbra burocrática, se convertiría en un poderoso instrumento de intervención política en la economía, a la hora de fijar prioridades y urgencias en la larga lista de damnificados. Un auténtico comisariado.

"¡A por el ICO!", gritan los liberales madrileños, apenas cinco meses después de haber amagado con otro Dos de Mayo. Habíamos superado a Italia y ya se podían ir preparando los franceses, decía José Luis Rodríguez Zapatero, llevando a su terreno las euforías nacionales.

Vibraba el Arco de Cuchilleros. Atento, como siempre, al tarot de las encuestas, el presidente se bambolea estos días entre el partido intervencionista y el de la aspirina (los partidarios del seguro de paro como único analgésico). Duda entre Boyer y Pedro Solbes.

El valido Miguel Sebastián, hiperactivo en el Ministerio de Industria y peleado con medio gabinete, dicen que suspira, y mucho, a favor de los intervencionistas. Sebastián también estaría a favor de una masiva emisión de bonos del Tesoro sin retención en origen (no nominales, por tanto), con los que se calcula que podrían aflorar unos 100.000 millones de euros de dinero negro. En pocas palabras, amnistía fiscal. Es la medicina que aplicó Boyer en los ochenta, cuando el ingreso de España en Europa exigía una dura reconversión industrial y el malestar del paro aún se entrelazaba con la indisciplina militar. También entonces hubo grandes discusiones en la Moncloa. Felipe González apoyó a Boyer, y el país levantó cabeza. Llegó a ser tanto el dinero en circulación que también afloró ese gran clásico nacional que conocemos como cultura del pelotazo. El Madrid al que ahora comienzan a bajarle los humos es hijo de aquellas anónimas letras del Tesoro. La historia, escribió Toynbee, se mueve en espiral. La prepotencia madrileña va un poco a la baja, sí. Temerosa de verse obligada a subir los impuestos, la señora Esperanza Aguirre pondrá en venta el canal de Isabel II, al agua de Madrid, magna obra estatal de Juan Bravo Murillo (1849), que también impuso la uniformidad del sistema métrico decimal contra arrobas y fanecas. Hay unos humos que bajan. Hay un furor por el ICO. Hay grandes activos en venta. Y el entero palco del Bernabeu, la mayor lonja de contratación de las Españas, suspira por la Novaya Economitcheskaya Palitika.

21-IX-08, Enric Juliana