´Los límites del plan de Bush´, Nomi Prins

Como un choque eléctrico en un corazón que ha fallado, las promesas de dinero y respaldo a los activos tóxicos hechas por la Reserva Federal (Fed) a Wall Street reanimaron el viernes pasado el pulso de los mercados financieros y las acciones de sus agentes. Por ahora. El problema es que Washington continúa sin saber cuánto riesgo sigue habiendo de verdad ahí fuera.

Paulson tiene planes de rescate o de "limpieza de deuda tóxica" multimillonarios. La estrategia conjunta del Tesoro, la Fed y Comisión de Valores (SEC) incluye la creación de un fondo de residuos tóxicos para valores hipotecarios sin valor, la ampliación de la ventanilla de descuento de la Fed a los bancos de inversión (que esa institución no regula), el uso de 50.000 millones de dólares de un Fondo de Estabilización de Cambios creado durante la Gran Depresión para garantizar las inversiones del mercado monetario y la implantación de una prohibición temporal sobre la venta al descubierto de las acciones de 779 sociedades.

Este vehículo de eliminación de residuos que propone Paulson es similar al de la crisis de ahorro y préstamo de los ochenta: la Corporación Fiduciaria de Resolución (RTC) que se creó en 1989 y se hizo con 125.000 millones de dólares en activos de 296 cajas de ahorro y préstamo insolventes. Durante seis años, la RTC acumuló otros 394.000 millones de dólares en activos de más de 700 cajas de ahorro en quiebra. Su principal objetivo era vender esos activos en el mercado cuando se encontraran compradores.

¿Funcionará ahora? No. Los títulos hipotecarios empaquetados son hoy mucho más complicados que hace veinte años, y la maraña de productos derivados de crédito, menos transparente; además, las cajas de ahorro y préstamo estaban reguladas por el Estado, mientras que eso no ocurre con las instituciones que podrían beneficiarse de semejante fondo hoy, como los bancos de inversión, los fondos de inversión libre y las aseguradoras. De modo que sus activos y su riesgo de pérdida son muy difíciles de evaluar.

En cuando a la prohibición de ventas al descubierto, no es la primera vez que Christopher Cox, presidente de la SEC, hace semejante propuesta amparándose en una medida dispuesta por la ley del Mercado de Valores de 1934 (de nuevo en la época del new deal).Tras cuatro meses de deliberaciones sobre el papel que podía haber desempeñado esa clase de venta en el descalabro de los valores de Bear Stearns, promulgó una prohibición de diez días sobre la venta al descubierto, entre el 21 y el 29 de julio.

No obstante, un poco como Sarah Palin y su puente a ninguna parte cuya construcción apoyó en Alaska, antes de estar en contra de la venta al descubierto estaba a favor de ella. El año pasado, la SEC eliminó una norma posterior al crac de 1929 que sólo permitía esas ventas cuando la última variación del valor era positiva, una medida que se concibió para impedir que los vendedores al descubierto hicieran caer rápidamente las cotizaciones. Por su parte, el supervisor bursátil británico, la FSA, impuso una prohibición de cuatro meses sobre la venta al descubierto.

Los bancos centrales de todo el mundo están derramando efectivo sobre el sector financiero para mantener la liquidez. Ahora bien, sin una idea clara de los riesgos del sistema financiero estadounidense, desde los valores hasta el lío contable que habrá en el balance de los nuevos conglomerados

(como Bank of America-Merrill Lynch), esta euforia no tardará en dar paso a la inquietud. No se puede construir una casa sólida sobre unos cimientos débiles.

"La causa de la tensión de los mercados de capitales se encuentra en la corrección de la propiedad inmobiliaria", ha declarado Paulson. Puede ser, pero la verdadera causa de la tensión es la naturaleza del sistema bancario. Todo empezó como una crisis subprime,pero ha resultado ser mucho más que eso.

Esta es la cuestión. Bear Stearns y Lehman Brothers no quebraron por culpa de moras y ejecuciones hipotecarias individuales. Estas sólo fueron los catalizadores en la base de una inmensa pirámide de apalancamiento que al final sacó a la luz la absoluta falta de transparencia y la naturaleza incestuosa del crédito vinculado con las operaciones en los mercados financieros.

Utilizar términos como ajuste y corrección tiende a hacer creer que este episodio de destrucción financiera puede curarse con el equivalente humano de una visita a un quiropráctico. Sin embargo, lo que de verdad necesitamos es una nueva construcción.

No hay nada como el miedo y la exposición a la luz internacional para convertir a los partidarios del libre mercado en forofos de la regulación. Ahora bien, en lugar de debatir una nueva regulación, el Gobierno estadounidense se dedica a emitir cheques. El new deal no comportó sólo la ley Glass-Steagal de 1933, que separó los atrevidos y especulativos bancos de inversión de los bancos comerciales orientados al consumo, sino que proporcionó salvaguardas para todo el sistema financiero. Washington está usando hoy las que no ha destruido. Sería mucho mejor que se ocupara de debatir cómo volver a resucitar las que sí ha destruido.

La deuda nacional estadounidense casi se ha duplicado ya en los últimos ocho años; ha pasado de los 5,4 a los 9,8 billones de dólares, y seguirá subiendo. Si el Congreso quiere aliviar de verdad esta crisis, lo que debe hacer no es prepararse para otra ronda de dádivas masivas mientras deja que los ciudadanos carguen con el riesgo de toda la comunidad bancaria.

Este es el desglose de los 505.000 millones de dólares gastados hasta ahora: la Fed respaldó 30.000 millones de dólares de riesgo de Bear Stearns en su venta a JPM Chase en marzo; presta 85.000 millones de dólares a AIG, ha abierto una ventanilla de 150.000 millones de dólares para bancos que podían utilizar como garantía colateral títulos hipotecarios de riesgo y ha ampliado el uso de su ventanilla de descuento a los bancos de inversión, que se supone que no deben gozar de ese privilegio puesto que no están regulados por la Fed. El Tesoro ha prometido proteger a Fannie y Freddie con 200.000 millones de dólares y ha emitido bonos de emergencia por 40.000 millones de dólares para dotar a la Fed de algún dinero adicional.

Todas estas medidas son equivocadas. Cualquier medida de rescate debería acompañarse de condiciones (al menos, la regulación de los derivados crediticios y los swaps),lo cual comportaría la revocación de los desastrosos efectos de la ley de Modernización de Futuros en Commodities del 2000 que los desreguló. Según la Oficina de Control de la Moneda, el único órgano que puede calcular cifras de bancos comerciales (y, por lo tanto, no a AIG, Bear Stearns, Lehman, los fondos de inversión libre ni otras aseguradoras involucradas en derivados crediticios), el valor teórico de los derivados crediticios en poder de los cinco grandes bancos comerciales estadounidenses es de 16,4 billones de dólares. En cuanto a los otros tenedores, nada se sabe todavía.

Haría falta separar, más que refusionar, el sistema bancario en beneficio de la claridad y los objetivos de gestión, igual que en la época de la ley Glass-Steagal. Y eso comporta hacer que todas las instituciones financieras paguen por jugar: poniendo capital de reserva adicional en la Fed, revelando lo que hacen y con quién lo hacen. Comporta nacionalizar las agencias de calificación de valores.

De otro modo, este meter mano en el bolsillo del futuro de los ciudadanos no tendrá fin ni logrará que el sector financiero se estabilice de verdad.

22-IX-08, Nomi Prins, lavanguardia