´Aguas revueltas´, Josep Maria Ruiz Simon

A estas alturas ya nadie ignora que Bush tiene un plan. El plan, presentado el viernes por su secretario del Tesoro, Henry Paulson, al Congreso convenientemente acompañado de una factura de 700.000 millones de dólares, prevé que el Estado compre a los bancos, cuando considere que es menester, las deudas incobradas, particularmente las hipotecas adquiridas durante los años del burbujeante frenesí inmobiliario. En The New York Times,el economista Paul Krugman ha apuntado con ironía, evocando tácitamente la autorización (de septiembre del 2001) para el uso de la fuerza militar contra el terrorismo y la autorización (de octubre del 2002) para el uso de la fuerza contra Iraq, el hecho de que en ciertos medios se hablaba de este proyecto de ley como de una "autorización del uso de la fuerza financiera". Días antes, el también economista Nouriel Roubini, tras las famosas nacionalizaciones de Freddie y Fannie, daba ya a sus lectores, en nombre de los camaradas Bush, Paulson y Bernanke, la bienvenida a la República Socialista de los Estados Unidos de América.

Roubini no se andaba por las ramas. Describía y cuantificaba la operación gubernamental como la más socializadora intervención en los asuntos económicos desde la formación de la Unión Soviética y la China comunista, y como el cambio de régimen más radical en la economía global y en el mundo financiero en décadas. Y subrayaba la llegada del socialismo a EE. UU., de un peculiar socialismo en el que los beneficios son privatizados y las pérdidas socializadas. Roubini también señalaba la aparente paradoja que supone que la mayor nacionalización en la historia humana proceda de una Administración que ha sido la más fanática, ideologizada y fundamentalista defensora del libre mercado en la historia de EE. UU. Pero, de hecho, la relación de la Administración Bush con el libre mercado se ha definido, desde el principio, por su doblez. No ha dudado en ejercer el proteccionismo a discreción, según sus intereses, y (como ha señalado Naomi Klein) ha usado la guerra, financiada por los contribuyentes, para crear nuevos mercados, en los que las grandes corporaciones americanas, que han acudido al Gobierno como si se tratara de su cajero automático, han podido actuar libres de competencia.

Pero hasta ahora la ficción de la libertad económica ha conservado, a ojos de muchos, un aura de credibilidad que, junto al peso de la potencia que en teoría la encarnaba, ha permitido se le diera fuerza de ley en el ámbito de la economía globalizada. Si tras el affaire de Freddie y Fannie prospera el plan de Bush y Paulson, que, amparándose en la lógica de la emergencia, borra las fronteras entre la regla (del libre mercado) y la excepción (del intervencionismo), será el propio discurso neoliberal el que presentará problemas de liquidez ante las demandas de sus propios partidarios. Habrá que ver entonces cuál es la ideología que se hace cargo de sus deudas incobradas.

23-IX-08, Josep Maria Ruiz Simon, lavanguardia