“Vuelve Ubu Rey“, Miquel Molina

Una banda de delincuentes vestidos de guardias civiles asaltaba el Congreso de Diputados en los mismos días en que, en un modesto local de Gràcia, unos teatreros ponían en escena el Ubu Rey,de Alfred Jarry, rebautizado como Operació Ubu.El año anterior, 1980, ETA había asesinado a un centenar de personas. Eran días agitados, cuando la transición española hacia las libertades y la frágil autonomía catalana parecían sentenciadas. Y, pese a todo, aquellos actores del Teatre Lliure dirigidos por Albert Boadella mantenían en cartel una sátira política más propia de una democracia consolidada que se ríe de sí misma que de los tiempos de resistencia que corrían. Es decir, mientras la imagen de un australopiteco blandiendo un pistolón en las Cortes daba la vuelta al mundo, los catalanes aficionados al teatro disfrutaban de una obra que hacía saludable escarnio de sus instituciones recién recuperadas. El Excels, el honorable personaje con tics faciales que interpretaba el malogrado Joaquim Cardona, asumía el papel de déspota en un ejercicio de teatro dentro del teatro inspirado en la terapia del psicodrama, alumbrada a mediados del siglo XX por el rumano Jacob Levi Moreno. Una cierta Catalunya se reía abiertamente de sus renovadas esencias identitarias.

Casi treinta años después, el golpismo es una plaga superada y ETA, de triste actualidad hoy, sobrevive como un residuo anacrónico más abordable desde la antropología que desde la ciencia política. Y entre los catalanes sigue vigente aquel espíritu autocrítico esbozado ya en la transición, a su vez inspirado en los corrosivos semanarios satíricos de la República. De hecho, una de las sátiras que triunfan en los medios, la televisiva Polònia de TV3, es tan digna heredera de este talante que incluso evoca fielmente la técnica del psicodrama: como en Ubu,los personajes son invitados a interpretarse a sí mismos, configurando una feliz terapia colectiva.

Perplejos o resueltos, no hemos perdido esa vocación autocrítica: incluso la ejercitamos aunque no venga necesariamente al caso, como cuando lamentamos que la Barcelona que retrata Woody Allen sea un decorado idílico que no hace más que ocultar una pringosa trastienda. Como si al común de los espectadores le importara un pimiento la fidelidad al escenario original en el que se desarrollan las buenas tramas.

Es más: ahora no sólo perseveramos en la sátira autocrítica, sino que la exportamos allí donde no abunda tanto. Tras aplaudir a los Joglars por la segunda parte de aquella Operación Ubú y la deconstrucción teatral de patums (Dalí, Pla...), le hemos endosado a la Comunidad de Madrid al mismísimo Albert Boadella, con cargo de director de su teatro orgánico y de bandera. Por supuesto, en su condición de agitador de conciencias, esperamos de él una tercera aproximación al tirano de Jarry. Un montaje protagonizado por una excelsa mandataria con pulcro acento castellano. Una protagonista de rígido peinado y disecadas maneras, obligada a recrear pasajes exquisitos de su biografía: gatillazos culturales, sainetes precongresuales sin final feliz, fichaje de bufones a golpe de talonario... Sustitúyase la ensimismada Moreneta del Lliure por la mole barroca-neoclásica-imperial de la Almudena. Cámbiense las barretinas del reparto por corbatones del barrio de Salamanca y la polémica está servida. Tiembla Madrid... O no.

23-IX-08, Miquel Molina, lavanguardia