ŽBojan, vete a SerbiaŽ, Pilar Rahola

Me pregunto si saben dónde está en el mapa. Esos melones huecos, sin otra neurona, en sus rapadas cabezas, que la que se pasea a sus anchas por la zona oscura del miedo, no deben saber dónde está Serbia en el mapa. Claro que si les preguntamos por Linyola, igual se imaginan que es una marca de condones, y no el municipio del Pla d´Urgell que vio nacer a Bojan Krkic Pérez, hace 18 años. Pero lo importante, cuando uno decide hacer el imbécil en un campo de fútbol, convertirse en un energúmeno y negar la teoría de la evolución, no es el nivel de conocimiento geográfico que demuestra. De hecho, para hacer méritos en según qué grupos del paleolítico futbolístico, lo mejor es demostrar una actividad cerebral cercana al cero.

Mirados en grupo, los seguidores del Betis que acogieron a su equipo con saludos nazis, o los seguidores del Sporting, que gritaron "Bojan, subnormal" y lo enviaron a Serbia, o los que chillaban "maricón" a Guti en Santander son todos de la misma naturaleza biológica. Es decir, pertenecen a la llamada Homo testiculares,una subespecie animal que sitúa su cerebro en la bragueta, y cuya capacidad para pensar es inversamente proporcional a su capacidad para violentar e insultar. La cuestión, por tanto, no radica en la fenomenología del personaje, aunque todos ellos son un fenómeno, expresado el término en la tercera acepción de la Real Academia. La cuestión radica en lo que Carles Ruipérez nos relató brillantemente en la sección de Deportes de ayer mismo. Es decir, en la brutal indiferencia con que acogen, víctimas, responsables y espectadores, las tétricas bufonadas de estos impresentables. Si me permiten la confesión, lo que más me impactó del artículo de Carles fue la frase que reprodujo del propio padre de Bojan Krkic: "A Bojan no le afecta. Está muy preparado. Es una situación a la que está acostumbrado. Le pasó incluso el día que debutaba en Primera en Pamplona, con 17 años". ¿Preparado para qué? ¿Acostumbrado a qué? ¿Al insulto? ¿A la xenofobia? ¿Lo está Guti para la homofobia?

¿Lo está cualquier ciudadano democrático para la apología masiva y desacomplejada del nazismo, aprovechando un partido de fútbol? Y si estamos preparados y ya estamos acostumbrados, ¿de qué tipo de sociedad hablamos? Porque la enfermedad real de una sociedad no radica en la existencia de grupos de intolerantes, que usan el deporte como si fuera el retrete de sus exabruptos. La enfermedad de una sociedad radica en que ello no nos importe. En circunstancias como estas, la mítica frase de Martin Luther King retorna permanentemente, recordándonos la naturaleza de nuestra miseria: "Lo que realmente me preocupa no es la maldad de los malos, sino el silencio de los buenos".

El silencio de los buenos. Esos buenos que lo son tanto, que convierten la apología del nazismo, perpetrada con luz y cámaras en un campo de fútbol, en una simple acta del árbitro Alfonso Pérez Burrull, cuya redacción es tan precisa como inocua: "Buen número de banderas y pancartas de simbología nazi y banderas españolas con escudos preconstitucionales". Y a otra cosa, mariposa. O tan buenos, que ni tan solo recogen los insultos racistas, homófonos, xenófobos, porque son habituales. Y ahí el "maricón" contra Guti, o el "negrato" contra Guerrón, durmiendo el sueño de los ignorados. O tan buenos, tanto, que ríen las gracias de Luis Aragonés cuando, en su peculiar estilo de entrenamiento, alude a Thierry Henry como "negro de mierda" y queda como un machote. Es decir, en este país la xenofobia, el fascismo y la violencia verbal en los campos de fútbol es una cuestión menor, banalizada hasta el extremo de considerarse parte del "color" del espectáculo, sin que ello mueva ni sensibilidades, ni conciencias.

Según explica Carles Ruipérez, muchos aficionados consideran que los insultos xenófobos van en el sueldo... Más allá de algún gesto ejemplarizante, como la famosa decisión de la directiva del Barça de actuar contra los miembros violentos de los boixos, o la de un árbitro que paró un partido porque vio una esvástica en el campo, la inmensa mayoría de los responsables deportivos de clubs, entidades, aficionados y... periodistas no consideran que la violencia verbal, incluso delictiva, sea un problema mayor, y lo atribuyen a la testosterona propia del fútbol. Sin embargo, ¿qué tiene que ver el fútbol con la apología del nazismo? El fútbol no puede ser la tragadera donde se engullen, sin vomitar, los estigmas intolerantes de algunos grupúsculos sociales, capaces de monopolizar - gracias a nuestra indiferencia- el simbolismo de todo un partido. Sin embargo, lo es. Y lo es porque árbitros como Alfonso Pérez Burrull, el colegiado del Betis-Sevilla, no se indignaron, no pararon el partido y no pidieron una sanción contundente. Lo es porque directivos como el presidente del Betis, José León Gómez, o su máximo accionista, Manuel Ruiz de Lopera, no se despeinan cuando ven el vergonzante espectáculo de sus grupos de seguidores más violentos. Lo que ocurre en los campos de fútbol no es inocente, ni es inocuo. Banalizarlo es un atropello a la tolerancia. Acostumbrarse, es una derrota democrática. Permitirlo... tendría que ser un delito.

24-IX-08, Pilar Rahola, lavanguardia