´Bush jr quiso ser Napoleón´, Xavier Batalla

Desde hace dos siglos, Occidente ha insistido D en practicar el cambio de régimen en Oriente Medio. El primero en probar fue Napoleón, que pretendió modernizar a los árabes, y el último, de momento, ha sido George W. Bush, quien, entusiasmado con un cuento neoconservador, explicó al mundo por qué Iraq sería un atajo hacia un Oriente Medio democrático.

La historia del cambio político entre los árabes no es una línea recta. En 1798, la Revolución Francesa alcanzó Egipto con Napoleón, quien proclamó que llegaba "en nombre de la República Francesa, fundada sobre los principios de libertad e igualdad". El principio de igualdad se entendió perfectamente, entre otras cosas porque los musulmanes consideraban que el islam les permitía mirar por encima del hombro al sistema de castas de India y a los privilegiados aristócratas del mundo cristiano. Pero en lo referente a la libertad, la historia fue distinta. Entre los árabes, una persona era libre si no era esclava.

El cambio político siguió su camino durante decenios, porque los dirigentes regionales, desde el sultán otomano hasta el sha de Persia, decidieron imitar la modernización occidental, conscientes de su retraso. Al principio, las élites árabes, formadas en instituciones inglesas y francesas, pretendieron instaurar modelos parlamentarios constitucionales; así surgieron regímenes como los del rey Faruk en Egipto y de Nuri Said en Iraq. Pero la modernización se redujo a las herramientas de dominación.

La siguiente fase tuvo unos principios bien distintos. Francia, la potencia que se había repartido la región con Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, se rindió a la Alemania nazi y la mayoría de los gobernadores de las colonias francesas en Oriente Medio optó por pasarse a las filas del gobierno colaboracionista de Vichy. Fueron los tiempos en que el Baas (Partido Socialista de la Revolución Árabe) comenzó a gestarse ideológicamente.

El Baas fue creado en el decenio de 1940, en Damasco, por el cristiano ortodoxo Michel Aflaq y el suní Salah al Din Bitar, antioccidentales, antisoviéticos y partidarios de una "patria árabe". En el plano económico y social, los fundadores se proclamaron socialistas y partidarios de nacionalizar los servicios públicos y las materias primas. Y en el plano internacional, su carácter anticolonial les hizo presentarse como antibritánicos, porque Londres ocupaba Iraq, Egipto, Palestina, Jordania y Libia; antifranceses, porque Francia administraba Siria y el norte de África; antiespañoles, porque España estaba presente en el Rif, y antiestadounidenses, por el creciente intervencionismo de Washington en Oriente Medio.

La ideología de Aflaq es inseparable de las influencias recibidas en sus años de estudiante en la Sorbona, entre 1928 y 1932. Aflaq se consideró traicionado por los socialistas a causa de su actitud hacia los nacionalistas de Siria, entonces administrada por París. El historiador

Bassam Tibi dice que Aflaq "estaba lleno de entusiasmo por Hitler".

La derrota del nazismo hizo que el cambio adquiriera otro color: del modelo inspirado en el nazismo se pasó a la receta soviética. Los líderes baasistas se aproximaron a la Unión Soviética, adoptaron el socialismo científico y establecieron una alianza con la minoría alauí, una rama del chiismo a la que pertenece el 11 por ciento de la población siria.

El último cambio de régimen que ha triunfado en Oriente Medio no procedió de Occidente, sino de dentro. La situación cambió con el triunfo de la revolución chií de Jomeini en Irán (país no árabe), que es una negación tanto del colonialismo occidental de los siglos XIX y XX como del comunismo con el que algunos regímenes pretendieron preservar su independencia. Es decir, una reafirmación del poder político del islam. Richard Falk, profesor de la Universidad de Princeton, ha escrito que la revolución de Jomeini ha sido "la primera revolución del tercer mundo; una revolución que no es ni marxista ni capitalista, sino puramente islamista".

Después de Jomeini, llegó Bush, que ha querido ser Napoleón. El cuento neoconservador nos prometió un final feliz en Oriente Medio. Una vez derrocado Sadam Husein, dijeron los entusiastas, los acontecimientos se precipitarían: los iraquíes se convertirían en un abrir y cerrar de ojos en un electorado prácticamente escandinavo; los sirios no tardarían en contagiarse democráticamente; el régimen iraní caería por su propio peso o con un ligero empujón, y la celebración de elecciones entre los palestinos proporcionaría a Israel, por fin, un auténtico interlocutor, no como Arafat.

4-X-08, Xavier Batalla, lavanguardia