ŽUn soplo a la vidaŽ, Ketty Calatayud

Cada año, en España, unas 1.500 personas mueren y 50.000 resultan heridas en accidentes de tráfico directamente relacionados con el consumo de alcohol, según cifras oficiales del pasado julio. Son números escalofriantes que esconden una realidad dramática que destroza vidas y familias, pero lamentablemente son tragedias tan cotidianas que nos dejan indiferentes y sólo nos duelen cuando nos tocan de cerca, o, por lo menos, no nos conmueven del mismo modo que un accidente aéreo, como el del MD-82 que se saldó con 159 fallecidos. ¿Y se imaginan lo que pasaría si cada año cayeran nueve aviones en territorio español?

Cuando ocurre una tragedia tan impactante y extraordinaria como esa se crea una verdadera alarma social, se llenan cientos de páginas en los diarios y horas y horas en los informativos, buscamos culpables y exigimos responsabilidades. Las administraciones obligan a los fabricantes a ofrecer máximas garantías de fiabilidad y seguridad, se abren largas y costosas investigaciones, y los políticos se llenan la boca prometiendo que nada de eso volverá a ocurrir. Los ciudadanos tenemos miedo a subirnos a un avión, pero, en cambio, no somos realmente conscientes cada vez que circulamos por una carretera de que la vida puede cambiar en una fracción de segundo si nos cruzamos con un ebrio al volante o nosotros mismos pensamos que controlamos aunque hayamos bebido unas copas de más. El Estado y los gobiernos autonómicos gastan cada año miles y miles de euros en campañas de prevención no exentas de crudas imágenes que pretenden remover las conciencias, y en medidas disuasorias y sancionadoras como los controles de alcoholemia. Pero ¿realmente somos capaces todos, desde el Gobierno hasta los partidos políticos y los propios ciudadanos, de hacer lo que sea necesario para evitar esas 1.500 víctimas de conductores borrachos?

Hoy en día la tecnología permitiría garantizar de forma muy fiable que nadie con un índice de alcohol en sangre superior al permitido pueda estar al volante de un vehículo. Un artilugio llamado alcolock (un alcoholímetro que bloquea el sistema de arranque cuando se sobrepasa la tasa programada) obraría ese milagro que salvaría tantas vidas. La dirección general de Tráfico y la fiscalía de seguridad vial estudian la implantación de este sistema, pero sólo a aquellos infractores sancionados en la vía administrativa y no por la vía penal, es decir, sólo a aquellos conductores que acumulen cierto número de multas. En Suecia, sin embargo, están dispuestos a implantar el alcolock en todos los turismos nuevos a partir del año 2012.

Dicen los suecos que la instalación en los vehículos de serie saldría por unos 150 euros, muy por debajo de los 800 que cuesta hacerlo en un coche que ya circula. Si el sistema es técnicamente viable y económicamente perfectamente asumible - cuesta lo mismo que las luces permanentemente obligatorias en todos los vehículos a partir del 2011-, ¿por qué no hacerlo aquí? Ya sabemos que el nivel de vida en Suecia es mucho más alto que el nuestro, pero en España una vida no tiene por qué valer menos.

17-X-08, Ketty Calatayud, lavanguardia