ŽLos barullos y la justiciaŽ, Baltasar Porcel

En todas partes ha habido guerras, y exigido después responsabilidades legales, patrióticas y morales. Así, en Francia, Italia, Alemania, Bélgica, después de 1945. En que hasta reyes, presidentes y ministros fueron empapelados y eliminados, en algún caso físicamente. Aunque no acabaran los pleitos, sino que han continuado; con notable claridad política en sus enunciados.

En España, después de febrero del 36 fue así, aunque a lo bestia; y a partir del 39 también, y con una saña sólo comparada en Europa con lo ocurrido largamente en los países de nefasto sovietismo. Malditos todos los culpables, pues. Pero al fallecer el dictador aquí, todo quisque y homicida sigue campando o se camufló a sus anchas, plagando de indignidad tantos años.

Lo que, sin embargo, acaso impidió otra guerra civil, y dejó el país tranquilo al repartirse el pastel los recién venidos con los implicados en violaciones de los derechos humanos, hasta el puro crimen. Yo mismo, en mi modestia, colaboré en dicho pactismo. No obstante, ese absentismo dejaba en el aire excesivos fundamentos y cloacas, que se han traducido en un Estado a la vez firme y anquilosado, cuando se esperaba que evolucionara hacia soluciones más plurales. Pero que a ratos ha quedado en otra apariencia de los equis años de paz de la propaganda caudillera.

Y es tan así, que si en el interior ese Estado no puede contentar a todos sus miembros o grupos, en el exterior pesa muy poco, incluso en la UE donde debiera hacerlo de oficio. Y para tener una mínima voz, tuvo que irse de comparsa a Iraq. No extraña, pues, que el propósito del juez Garzón, y la ley esa de la Memoria Histórica y de los desaparecidos en la Guerra Civil, levanten uno de los habituales barullos españoles, tan confusos como vastos. Y el proyecto es razonable, pues nos aclaramos o seguimos desactivados y empantanados.

Por si faltaran acólitos de la confusión, aparece Fraga, uno de los grandes en el desaguisado, que con engolado cinismo ha aludido a una ley de amnistía - una conjura de los fuertes- y a dicha "paz" para continuar en la mudez. Y veo en televisión que unos tertulianos tejen el panegírico de dicho ex ministro fascista, sobre la base de que en la transición presentó en Madrid a mandíbula batiente un libro de Santiago Carrillo, otro cínico y antiguo jefe de la peor especie, pero hoy también en liado triunfo nacional.

Así, se habla mucho de la tumba y asesinato del poeta García Lorca, pero nadie recuerda en idéntico trance, aunque debido a tiros opuestos, al dramaturgo Muñoz Seca o al periodista J. M. Planas, para limitarnos al gremio. Y habría fusilados por un igual sindicalistas y religiosos. A una monja catalana en Zaire, la compadecí por las revueltas de hacia 1960. Contestó: "Fue dramático, pero peor en Mollet el 36: no quedamos ni uno".

23-X-08, Baltasar Porcel, lavanguardia