´Lamer el suelo´, Pilar Rahola

Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse". Si José Luis Rodríguez Zapatero hubiera leído a Maquiavelo, autor de la cita, quizás ahora no estaría lamiendo los despachos de las cancillerías internacionales, suplicando una sillita en la reunión de la refundación del capitalismo. Pero ya dijo hace años Andreotti que la finezza no era la virtud más prodigiosa de la política internacional española, y la era Moratinos ha hecho honor a esa mala fama. Acumulando desdenes, necedades, errores de bulto y pequeñas chulerías, la diplomacia española se ha ido adelgazando hasta quedar en la nada nietzscheana, en la que ahora se ahoga. A pesar de no hablar inglés y de perpetrar un intento de francés, tanto Felipe González como José María Aznar tuvieron algo de política internacional, y ambos consiguieron consolidar una cierta interlocución en la esfera mundial. Las antenas de Felipe se llamaban Mitterrand y Kohl, y las de Aznar, Bush y Blair, y los dos aprovecharon esas buenas relaciones para situar España en el mapa. Por supuesto, en el plano interior, ambos recibieron las críticas pertinentes a los errores que también acumularon, pero lo cierto es que, miradas en perspectiva, aquellas épocas tuvieron algo de estrategia geopolítica. Zapatero, en cambio, ha ido encadenando groserías con tal falta de inteligencia estratégica, que ha dilapidado los pocos cimientos que se habían construido, y así está ahora, arrastrando su diplomacia por los arrabales del lamento. Difícilmente se puede contemplar, en política exterior, un espectáculo como el protagonizado estos días, con un país que intenta hacerse valer a golpe de súplica a los países que se ponen al teléfono.

¿Resulta tan extraño que España se haya quedado fuera? Por supuesto, los analistas oficiales han sacado rápidamente de la chistera el conejo de Bush, culpable de todo mal. Sin embargo, ¿es así de simple? ¿O resulta más bien cierto que ZP ha pisado todos los callos de la política exterior, y que, por ello, se ha ganado el podio del desprestigio actual? Recordemos el panorama. La primera señal negra de humo la dio el propio ZP cuando, practicando el populismo que le resulta tan grato, despreció la bandera norteamericana. Debía pensar, en su simplista entusiasmo, que el antiamericanismo de pancarta servía para la diplomacia internacional. Y a partir de ahí, acumulación de despropósitos: amistades peligrosas con Chávez, kefias palestinas en plena guerra de Líbano, viajes a Cuba ninguneando a la oposición democrática, alianzas de civilizaciones que sólo servían para convertir a algunos bonitos dictadores en interlocutores, campaña electoral a favor de Ségolène Royal (que perdió), y, en plena crisis económica, la grandilocuente chulería de presentarse en Nueva York y asegurar que España tiene "el sistema financiero más sólido del mundo". Y ello dicho después de haber perdido posiciones en el ranking económico internacional y de no formar parte del G-20, un grupo de países que representa el 90% de toda la actividad económica del planeta. Desde esa posición de outsider,¿no habría sido más inteligente un poco de discreción? Lejos de ello, Zapatero practicó ese patriotismo de taberna que se basa en la pura fanfarronada. Por supuesto, también Aznar se las dio de fanfarrón, pero en su caso tenía el trasero algo mejor guardado.

El espectáculo actual, con la diplomacia española llamando a todos los teléfonos amigos, suplicando una esquinita donde plantar la bandera, no deja de ser patético. Unos, como Sarkozy, deben de morirse de risa mientras dan palmaditas paternalistas. Otros consuelan al lloroso ZP asegurando que harán lo que puedan. Y todos deben de pensar que un país que suplica un lugar al sol es que no se lo ha ganado. ¿La culpa es del malo de Bush? Eso dicen los voceros oficiales. Y es que no hay nada mejor que un tonto útil ajeno para tapar las vergüenzas propias.

28-X-08, Pilar Rahola, lavanguardia