´Obama y la política exterior´, Fawaz A. Gerges

En los últimos seis meses, varias empresas de sondeos de opinión han preguntado a los ciudadanos del resto del mundo sobre sus preferencias en las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el consenso ha sido - quizá como era de esperar- abrumador. Según el sondeo mundial de Gallup, 71 de 73 países preferían a Barack Obama. Y según un sondeo de la BBC, Obama obtuvo apoyo en el total de 22 países encuestados.

Sin embargo, en estos sondeos el apoyo a Obama se situó en su nivel más bajo en los países árabes y musulmanes, donde la mayoría de las personas encuestadas afirmaron que no creían que cambiaran las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. La opinión de consenso entre numerosos comentaristas árabes y musulmanes, en este sentido, vendría a apuntar que la política exterior de Barack Obama representará una continuación de los últimos ocho años de presidencia estadounidense.

Este escepticismo resulta injustificado. La elección histórica de Barack Hussein Obama como cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos imprimirá efectivamente un viraje radical a la política exterior estadounidense, en ninguna parte más que en Oriente Medio y el mundo musulmán, donde el enfoque de Obama será radicalmente distinto del de George W. Bush tanto en el estilo como en la sustancia.

Obama no es un pacifista y no apartará la política exterior estadounidense de la defensa de los intereses estadounidenses en la región, eso seguro. Sin embargo, Obama está profundamente comprometido con el diálogo y la diplomacia, y con un saludable escepticismo sobre el recurso a la fuerza bruta para solucionar las diferencias y los conflictos con los adversarios. "No soy contrario a todas las guerras", dijo en su ahora famoso discurso del 2002 contra la invasión de Iraq. "Soy contrario a las guerras estúpidas y sin sentido".

Este mismo discurso expuso un argumento realista contra la guerra de Iraq, que según predijo Obama de modo clarividente "exigiría una ocupación estadounidense de duración indefinida, coste impreciso y consecuencias inciertas". Una enorme fractura intelectual separa las respectivas doctrinas de Bush - que suscribió la causa de la guerra preventiva contra los países susceptibles de ser considerados una amenaza- y de Obama, que pone el acento en la colaboración y el multilateralismo.

Obama lo expresó de forma sucinta en un debate del Partido Demócrata en el 2007: "La doctrina Obama no será tan doctrinaria como la doctrina Bush, porque el mundo es complejo… Esto significa que si hay niños en Oriente Medio que no saben leer, ello constituirá un problema potencial para nosotros a largo plazo. Si China contamina, el problema en último término alcanzará nuestras costas. Hemos de cooperar con ellos para solucionar sus problemas tanto como los nuestros".

Preguntado hace más de un año en un debate con otros candidatos presidenciales demócratas sobre si estaría dispuesto a reunirse sin condiciones previas con los dirigentes de Irán, Siria, Venezuela, Cuba y Corea del Norte, respondió: "Lo estaría. Y la razón es la siguiente: la idea de que de algún modo no hablar con determinados países es castigarlos - principio diplomático rector de esta Administración- es ridícula. Ronald Reagan no cesó de hablar con la Unión Soviética a la par que la calificaba de imperio del mal".

¿Una conversación a solas con el detestado Mahmud Ahmadineyad? ¿Ha perdido el juicio Obama? El bisoño senador por Illinois dijo lo inconcebible, y muchos comentaristas afirmaron que su respuesta despejaría rápidamente la cuestión de su apuesta por la presidencia estadounidense. Nos dijeron que el senador "ultraprogresista" no captaba el sentir nacional e infravaloraba la determinación de Estados Unidos de enfrentarse a sus enemigos. El país de George W. Bush no estaba preparado para una política de apaciguamiento. Mostrando nervios de acero, Obama reiteró su compromiso de hablar con los enemigos de Estados Unidos. Como se observa, ni los expertos ni los oponentes de Obama comprendieron el ansia estadounidense de un cambio esencial de la política interior y exterior.

El talento de Obama descansa en esa capacidad de alimentar tal anhelo de una vuelta al realismo político - si no a un progresismo ilustrado- en los asuntos internacionales. Después de siete años del inicio de la costosa "guerra global contra el terrorismo", Estados Unidos está por la labor de la normalidad, de la desescalada militar y del compromiso diplomático. Los estadounidenses caen ahora en la cuenta de que la política exterior de su país ha sido secuestrada por un puñado de ideólogos y manipuladores. Obama, reiteradamente, ha recordado a los estadounidenses el legado de Bush: haber empañado el rango y crédito del país en el mundo y granjearse más enemigos que amigos.

 

Cabe considerar las prioridades de política exterior de Obama sopesando cuatro cuestiones clave que afronta su Administración: Iraq, Afganistán, Irán y el conflicto palestino-israelí.

Iraq. En la cuestión de Iraq, la postura de Obama supone una ruptura tanto con Bush como con McCain por su énfasis en que la nueva misión militar deberá consistir en dar por finalizada la guerra en ese país. Aunque el plan de Obama prevé la presencia de un contingente residual en Iraq, ha reiterado una y otra vez que no habrá bases permanentes.

La cuestión no es la de si se retirará de Iraq, sino de que con qué premura puede cumplir su promesa. Evidentemente, hallará resistencia de parte de las fuerzas armadas e incluso de algunos de sus asesores halcones, que querrán aplazar la retirada y que advierten de una posible catástrofe tras una salida estadounidense del país. Cuando Obama entre en la Casa Blanca, las presiones y cortapisas entorpecerán su deseo expreso de acabar con esa guerra.

En medio de la mayor crisis económica registrada tras la gran depresión, EE. UU. gasta en Iraq diez millardos de dólares al mes. Para Obama y su vicepresidente, Joe Biden, estabilizar y reforzar la economía y acabar con la onerosa aventura de Iraq son cuestiones de interés preferente. Obama tocó la fibra de la angustia de los votantes por la situación económica al vincular estabilización económica y gasto bélico.

Afganistán y Pakistán. Obama ya ha expuesto su argumentación para retirarse de Mesopotamia: Afganistán y las áreas tribales sin ley a lo largo de la frontera afgano-pakistaní, no Iraq, son el frente principal en la guerra contra el terrorismo. Pero ha englobado en ocasiones a los talibanes y a Al Qaeda, al tiempo que abogaba por variar la aportación de recursos gastados por Estados Unidos para derrotar a ambos.

Obama ha afirmado que enviaría al menos dos brigadas de combate adicionales a Afganistán y recabaría una mayor colaboración de los aliados de la OTAN. También ha amenazado con autorizar operaciones contraterroristas en Pakistán si las autoridades no garantizan la seguridad de su frontera con Afganistán y aplastan los campos de entrenamiento terroristas. Cabe confiar, sin embargo, en que las declaraciones de Obama hayan pretendido, en realidad, demostrar su temple y determinación y no sean compromisos blindados e incontrovertibles: no hay solución militar en Afganistán o Pakistán, como reconoce el Pentágono.

Al Qaeda ha cobrado últimamente más fuerza en la frontera de Pakistán con Afganistán merced a su estrecha colaboración con los talibanes, que recientemente han hecho gala de atentados terroristas suicidas estilo Al Qaeda con letales efectos. Pero el conflicto en Afganistán y Pakistán es mucho más amplio y complejo, dado que en esa área se ha constituido una temible coalición de fuerzas tribales pastunes y pathans a ambos lados de la frontera.

Independientemente de su éxito táctico, los bombardeos estadounidenses, que suelen provocar víctimas civiles, exacerban el nacionalismo afgano y los sentimientos antiestadounidenses en el área pastún, al tiempo que cimentan la perniciosa e impía alianza entre los talibanes y los extremistas extranjeros, capaz de desestabilizar al Pakistán nuclear.

En una postura que habla a su favor, Obama ha ofrecido una estrategia más compleja para estabilizar Afganistán, que incluiría cuestiones sobre su gobierno, seguridad política y económica, educación y empleo. Ha prometido apoyar al gobierno democráticamente elegido de Islamabad y "aportar soluciones a la pobreza y deficiencias educativas que sufre el país".

El riesgo que afrontan Kabul y Washington radica en que los talibanes, envalentonados por éxitos recientes, rechazarán probablemente un acuerdo que implique compartir el poder y seguirán combatiendo, arrastrando de nuevo a la próxima Administración estadounidense al laberinto de la política tribal en Afganistán.

Este enfoque poliédrico sobre Afganistán debería permitir a Obama trazar una línea divisoria entre las tribus pastunes y Al Qaeda. Obama desplegará el poder blando estadounidense y se valdrá de instrumentos políticos para encararse a Bin Laden y tender puentes con los musulmanes. Obama ha dicho que una de sus primeras iniciativas será visitar un país musulmán de primera importancia para exponer claramente que EE. UU. no libra una guerra contra el islam. El estilo de Obama consiste en intentar alcanzar auténticas formas de colaboración multilateral y cooperar estrechamente con los musulmanes para detener la proliferación de violencia política y terrorismo. No debe infravalorarse tampoco la fuerza simbólica de la seducción personal que ejerce Obama a ojos del mundo musulmán. El presidente Obama - un afroamericano con antepasados musulmanes- hará trizas los extendidos estereotipos acerca de EE. UU. Una visita de Obama a El Cairo, Teherán o Indonesia enviaría un poderoso mensaje que resonaría en el mundo árabe en quienes sienten que Estados Unidos sigue viéndolos como el enemigo.

El proceso de paz entre Palestina e Israel. Obama sabe que ha de ofrecer algo más que una noble y edificante retórica para reparar los puentes rotos de la confianza con relación a los musulmanes. Lanzando un alfilerazo a su predecesor, ha prometido actuar con rapidez tras su toma de posesión para negociar un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes basado en dos estados viables que convivan en paz y ha reafirmado que invertirá tanto su compromiso personal como el de la institución presidencial para posibilitar este importante avance.

Es innegable que Obama reconoce el discurso dominante estadounidense acerca de Israel como aliado especial. Se ha esforzado denodadamente en disipar sospechas e insinuaciones diseminadas por sionistas de línea dura y elementos de la derecha religiosa en el sentido de que se solidariza con los palestinos y no es amigo de Israel.

La postura de la presidencia de Obama sobre el conflicto palestino-israelí se parece a la de la presidencia de Clinton. De hecho, algunos de los propios protagonistas, principalmente sionistas progresistas como Denis Ross, pueden tener responsabilidades en esta delicada cuestión. Cabe esperar que hayan aprendido alguna lección de la incapacidad de Clinton para concluir un acuerdo.

En Taba, con el respaldo expreso de los asesores de Clinton, los negociadores palestinos e israelíes llegaron a un acuerdo sobre los perfiles concretos de un acuerdo de paz. La Administración Obama podría realizar otro serio intento  destinado a unir a palestinos e israelíes. Obama parece dispuesto y comprometido a impulsar el proceso de paz, pero aún queda mucha telar por cortar.

Irán. Puede producirse asimismo un avance importante en la cuestión de las relaciones entre EE. UU. e Irán: Obama no sólo ha propuesto contactos directos a alto nivel, sino también una normalización de las relaciones diplomáticas. La Administración Obama ha mostrado su disposición a reconocer el creciente papel de Irán como superpotencia regional… si el régimen de Teherán "abandona su programa nuclear y el apoyo al terrorismo". Ofertas tentadoras, ciertamente, a Teherán tras años de duras peleas con Washington. Pero el gobierno de ayatolás domina el arte del regateo y la negociación. Son plenamente conscientes de que EE. UU. precisa de su ayuda para salir de Iraq sin desencadenar genocidio, más agitación y caos. Como en Afganistán, normalizar relaciones con Irán requerirá una estrategia regional capaz de solucionar los múltiples conflictos en ebullición: guiar este proceso exigirá tiempo, esfuerzo y un prolongado compromiso por parte de Obama.

¿Podrá Obama superar todos estos desafíos en política exterior al tiempo que adecenta la economía estadounidense? ¿Podrá sortear los campos minados de las presiones institucionales, cortapisas y maniobras de poderosos grupos de presión que afrontará tras jurar su cargo? Hay buenos motivos para creer que efectivamente logrará devolver a su país al rango de primera potencia mundial, liderazgo que el propio país ha entregado sistemáticamente durante los últimos ocho años.

 

Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson de Oriente Medio, Sarah Lawrence College, Nueva York. Autor de ´El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana´, Ed. Libros de Vanguardia, 9/11-XI-08, lavanguardia