´¿Tenemos incentivitis?´, Rafael Andreu & Josep M. Rosanas

En los últimos tiempos parece haber entrado en el mundo empresarial (o incluso en el sector público) una obsesión por los incentivos. Parece que sin incentivos no vivimos. O que no es posible que las personas hagan las cosas si no tienen una fuerte motivación económica inmediata. Tenemos la imagen del burócrata sin incentivos al que, a la hora en punto, se le cae el bolígrafo (hoy ordenador) hasta el día siguiente. Pero el mundo no es así. El mundo está lleno de buenos profesionales a los que se puede convencer de que hay que hacer las cosas bien, y que no necesitan el estímulo de unos euros de más para hacerlo, aunque a nadie le guste que el vecino gane más trabajando peor y haya que evitar este tipo de situaciones.

Con frecuencia, los sistemas de incentivos acaban siendo disfuncionales, es decir, desplazan a otro tipo de motivos más nobles. Y eso nunca (sí, nunca) coincide con el interés de la organización para la cual trabajamos. El escándalo de las subprimes debería ser suficiente para darse cuenta. Pero quisiéramos añadir a nivel más sencillo y como muestra un par de botones de sentidos opuestos.

Se anunció en los periódicos que, para mejorar la calidad de la enseñanza, la Junta de Andalucía quería poner un incentivo a los profesores sobre el tanto por ciento de aprobados que obtuvieran los alumnos. Esta es una perversión notable que no sólo va contra el sentido común, sino contra lo que siempre han dicho los libros de texto elementales de control de gestión: es facilísimo para cualquier profesor llegar al 100% de aprobados por malos que sean los alumnos. Basta con poner el examen suficientemente fácil o corregirlo con suficiente benevolencia. Sin mejorar un ápice la calidad de la enseñanza.

En el otro extremo, están los incentivos sobre los beneficios, sobre los ingresos, o sobre las estancias de esquiadores en las estaciones de esquí. Si el año anterior no nevó, y el último nevó tarde y mal, ¿tiene algún sentido que se premie o castigue a los directivos de estas estaciones de acuerdo con resultados, sean los que sean, que dependen del número de esquiadores? Obviamente, no. Pero créannos, se hace. Se fijan objetivos que dependen más de la nieve que de la actuación de los directivos. ¿Qué se supone que harán? ¿Rogativas a la Virgen? Si nos olvidáramos de los incentivos y nos limitáramos a tratar de hacer las cosas bien ¿no saldríamos todos ganando?

R. Andreu & J. M. Rosanas, profesores del IESE, 19-XI-08, lavanguardia