´La universidad invisible´, Salvador Cardús

Son las nueve de la mañana del lunes 17 de noviembre y van llegando los estudiantes - aunque nadie les pide ninguna identificación y hay pocas caras conocidas-de distintas universidades para llevar a cabo la anunciada ocupación de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Estábamos avisados desde el día 13 por un correo electrónico enviado por la "Assemblea de Polítiques i Sociologia", en la que se nos informaba de su decisión unilateral de sustituir las clases por "espacios de debate, charlas y otras actividades" y comunicaban, ya autoproclamados como jefes de la institución, que "la facultad estará abierta con normalidad".

Su normalidad, claro. Están bien organizados. Tapan con nuevos rótulos que llevan ya preparados los propios de las aulas:

Menjador,Dormitori 1,Dormitori 2...Tienen previsto el servicio de cocina, con los enseres correspondientes. Llegan con sacos de dormir y mochilas. Se apropian del espacio público para convertirlo en su casa y establecen controles en la entrada de los pasillos. Filman la ocupación y fotografían a los que se resisten a abandonar su actividad docente y discente. La ocupación se ha realizado en contra de la voluntad de la mayoría abrumadora de los estudiantes de la facultad yde los profesores a los que no se ha consultado nada. Y por primera vez en los casi treinta años que llevo en la universidad, y a la vista de la resistencia activa de los estudiantes que quieren ejercer su derecho de estudiar, llego a temer que pueda producirse algún choque entre ellos con violencia física. La coacción verbal y gestual ha sido norma desde el primer momento, aunque es cierto que esta vez vigilan los límites de esta. Por parte de las autoridades se les han ofrecido espacios para sus debates y charlas con el objeto de evitar que se pierdan clases, oferta que no toman en consideración: quieren imponer la interrupción de la actividad normal a la mayoría, y lo consiguen en buena manera.

Autoritarios, caprichosos, se trata de una minoría bien dirigida por una élite iluminada entrenada en las técnicas de ocupación, incluida la de conseguir un desmesurado protagonismo mediático. Los ocupantes cuentan, por una parte, con la participación de un grupo de entusiastas ilusos, educados en un antiinstitucionalismo que los hace inconscientes a la manipulación populista y les impide comprender que la democracia necesita reglas formales. Por otra parte, suman un número indeterminado de parásitos que se apuntan a todas las fiestas menos a la del saber. Practican un aristocratismo - compartido con una pequeña parte del profesorado-que les permite imaginar una universidad fuera del sistema, sin obligaciones con el mercado de trabajo, ni con las necesidades de la economía nacional o internacional ni con el ciudadano que, con sus impuestos, les paga los estudios. Exigen diálogo, pero no atienden a razones. Paradójicamente, recurren a las garantías que les ofrece la institución siempre que les favorezcan, y por ello no es extraño que sean exasperantemente reglamentistas. Cuando el miércoles, con mis estudiantes, quisimos tener la clase en nuestra aula habitual - a aquella hora, un "dormitorio" vacío-,nos echaron con malas maneras porque era "su" territorio ocupado, de uso exclusivo.

La institución académica, por su parte, titubea. Una larga historia de actitudes condescendientes ante este tipo de conductas ha permitido muchas confusiones y son un mal punto de partida para poner las cosas en su lugar. Tampoco ayuda la administración universitaria, que huye del conflicto abierto como gato escaldado, y aconseja a la institución universitaria una prudencia cobarde y una tolerancia perversa ante el abuso, no sea que vaya a crecer el problema: se dialoga paciente - e inútilmente-con el ocupante y se dejan desamparados los derechos de la mayoría. Además, la autoridad universitaria no consigue, o no quiere, o no sabe, tener voz propia en el conflicto. Sólo existe la versión del ocupante. Los medios no muestran interés en preguntar a los que quieren ejercer su derecho al estudio. La universidad no comunica su punto de vista ni su decisión, posiblemente porque no la tiene tomada, pendiente del desarrollo de los acontecimientos y confiando en que la situación se resuelva sola, por cansancio, aunque sea a costa de la erosión de su propia autoridad y prestigio público. No debe sorprender que luego nuestra universidad sea objeto de análisis crueles e injustos. Pero no se dejen engañar por lo que les muestran. Detrás de los que usurpan la voz de los universitarios, más allá de los gobiernos timoratos o de la indecisión institucional, existe una universidad que trabaja con seriedad, que aspira a ser europea y a internacionalizarse más aun, que compite con los mejores para ser excelente y que quiere responder al compromiso de ser útil al ciudadano que la sostiene. Es la universidad que quiere convertir el desafío de pertenecer al espacio europeo de estudios superiores en una oportunidad para salir definitivamente de espacios más confortables, pero sin futuro. Dedicados a nuestro trabajo diario, hemos explicado poco lo que hacemos. Quizás deberíamos convertir estas últimas y lamentables ocupaciones en una buena oportunidad para contarlo y dejar de ser invisibles.

26-XI-08, Salvador Cardús i Ros, lavanguardia