´Pinkowski´, Clara Sanchis Mira

Metido en la cama y tapado hasta las cejas, no hay incentivo que valga ni impulso que me reactive y no pienso salir de aquí. Soy un consumidor desconfiado, se habrán dado cuenta, miro de reojo a mi alrededor y tengo mucho frío en los pies. Los niños entran en el cuarto, me toman el pulso. Papá, ve reanimándote que llega la Navidad. ¿Qué es una Navidad sin compras, papi, para qué sirve el nacimiento del niño Jesús si no nos ponemos a comprar ya? Intentan calentarme la nariz. Pero yo suelto un suspiro hondo, no me encuentro el tono muscular, me arrebujo entre las sábanas y pierdo la vista en esos copos de nieve que caen tras el cristal y que yo juraría que es nieve artificial. Porque ya no me fío ni de los movimientos atmosféricos.

Hubo un tiempo en que era distinto. Miren, yo me lo compraba todo. A lo loco. No se hacen una idea de lo que era capaz de comprar. Las cosas más innecesarias, los complementos más inútiles. Se me disparaba la adrenalina, me brillaba un colmillo, se me iba la cabeza, me entraba por las venas cualquier publicidad. Era un consumidor modelo, el rey de la acumulación, anhelante de novedades, capaz de endeudarse hasta las cejas sin remilgos. El perfecto consumidor confiado que sostiene el tejido vertebral de nuestro sistema, y que ahora se ha metido en la cama falto de oxígeno, y nadie sabe cómo se cura su enfermedad. Excepto la oposición, por supuesto. Pero ese es otro tema. Porque ahora quisiera entender cómo he caído en este amodorramiento que causa tantos problemas, por ejemplo a los bancos, pobrecillos, que no aumentan sus beneficios lo que desean, y se asustan. Los niños me zarandean. Papi, mira por la ventana las lucecitas que te ha puesto el alcalde para que te vayas animando y salgas a comprar esta Navidad. No pienso. Estoy triste.

Y trato de explicarles cómo empecé a oír, hace meses, que las cosas se ponían mal, que los bancos no se fiaban ni entre ellos, y eso me dio mala espina. Que cada vez que el gobierno trataba ingenuamente de mantener la calma, la oposición se ocupaba de que me echara a temblar. Igual que esas caras desencajadas de esos tipos que juegan a la bolsa, como si fuera el fin del mundo. (De lo que tengo miedo es de tu miedo). Les explico cómo me fui dando cuenta de que mis compritas se estropeaban al poco de comprarlas, y que empezó a parecerme una tomadura de pelo la relación calidad precio de casi todo. Que empecé a sentirme robado sin pudor. Y eso hería mis sentimientos. Relojes nuevos que atrasan, lámparas último modelo que titilan, reproductores de CD que dejan de sonar en cuanto vence la garantía. ¿Por qué me engañan? Les explico que me sentía un imbécil intentando descifrar la factura de teléfono. ¿Por qué me insultan? Que el precio de la leche me ofendía y el de los huevos me helaba la sangre. Que la hipoteca me robaba el sueño, el salario se me enquistaba y el horario de trabajo me iba asfixiando la vida. Que nuestra codicia nos convierte en carnaza de nosotros mismos. Y que entonces un día se me pasó la juerga y me dije: todo esto es un timo monumental. Y una confusión muy grande, porque las personas no entendemos si ahora conviene que ahorremos o que nos pongamos a gastar. El mensaje no está claro. Papi, gritan, llega la Navidad. Me tapo la cara con la sábana y me digo que, como no compramos, las empresas no tienen beneficios, y entonces nos despiden porque no compramos porque nos despiden porque no tienen beneficios porque no compramos y así. A ver si a alguien se le ocurre cómo salimos de este bucle. Los niños me saltan encima. Les cuento un chiste. ¿Doctor, qué tengo? Tiene usted el mal de Pinkowski. Ay, Dios mío, ¿y es muy grave? Todavía no lo sabemos, señor Pinkowski. Un chiste con dos lecturas. Que el doctor no tiene ni idea de lo que padezco. O que mi enfermedad podría ser yo mismo. El colmo de un colmo.

28-XI-08, Clara Sanchis Mira, lavanguardia