īTres columnasī, Xavier Bru de Sala

Tuve el privilegio de ser alumno de la Antiga Escola del Mar, un prodigio de la pedagogía más avanzada que perduró durante la dictadura franquista por ignorancia de sus autoridades. Aquel invento noucentista de alta civilización funcionaba. Después leí cosas de Piaget sobre el desarrollo del cerebro en las primeras etapas de la vida. Comparto sensación de fracaso por la escuela permisiva, antiautoritaria y supuestamente dedicada a fomentar el interés en vez de forzar el aprendizaje. Precisamente, porque en mi escuela los alumnos teníamos asumidas elevadas cotas de responsabilidad, por convencimiento porque estábamos inmersos en un ambiente, con el castigo casi ausente.

Los modelos no pueden generalizarse, salvo en los contenidos básicos. La pedagogía es un arte, no una ideología. Los conocimientos aportados por la universidad sobre la materia valen de poco en las aulas, pues allí todo depende de la personalidad y el don pedagógico de quienes están delante de los niños. Por eso me parece bien el intento de que en cada centro educativo se creen equipos docentes cohesionados, estables, desrobotizados.

Parece que, en toda Europa, la reorientación de la escuela apunte en la buena dirección. En cuanto a contenidos, se reafirma con acierto la primacía absoluta de la lectoescritura y el cálculo. Pasar de hablar a comprender y elaborar la palabra escrita requiere crear conexiones neuronales inéditas, igual que aprender matemáticas sobre la pobre base del recuento elemental proporcionada por la naturaleza. Estas dos capacidades no se desarrollan por sí solas, sino mediante grandes, constantes, costosos esfuerzos de las cabezas infantiles, que deben ser convenientemente estimuladas y focalizadas, convirtiendo la dispersión natural en atención y concentración. Si no se consiguen a edades tempranas buenos niveles en lectoescritura y cálculo, las dos columnas del conocimiento y el desarrollo de la mente, el resto es inútil. El ciudadano que no haya alcanzado un nivel conveniente no contará con los instrumentos de comprensión de sí mismo y de su entorno social y político.

La tercera columna es, más que los valores, la buena educación. En mi escuela había el equivalente de partidos en competencia, con elecciones y campañas electorales que llenaban las paredes de vistosos carteles, hechos por nosotros. En plena dictadura, se preparaba a los niños para la democracia. Pero antes estaba el respeto, la convivencia civilizada, el orden. Ni un empujón. Un estricto seguimiento de las normas (en aquel caso, a fin de preservar los puntos, vitales para que tu color u equipo ganara). Esta es la otra asignatura clave. Sin recurrir al ordeno y mando, hay muchas maneras de convencer a los niños para que sigan unas normas. Tolerar que se las salten es lo peor de una escuela.

22-X-08, Xavier Bru de Sala, lavanguardia