´Sueño de idioma´, Fernando Ónega

La sentencia del Supremo que obliga al Govern a requerir la lengua habitual de los alumnos ha sido presentada en parte de la prensa como una imposición de la justicia sobre los díscolos catalanes que tratan de imponer su idioma como sea. Nada nuevo. Lo feo de esta historia es que la lengua de la enseñanza tenga que andar en los tribunales. Lo triste es que ahora entrará en un periodo donde habrá quien entienda que el Govern se niega a cumplir una sentencia.

Observo la polémica desde el ángulo sentimental. He nacido en un país con idioma propio. Cuando niño, el maestro nos enseñaba en castellano y hablaba con nosotros en gallego. Parte de mi familia no sabía hablar castellano, quizá porque a nuestra aldea casi medieval no llegaba la televisión. Y, que recuerde, nadie consideraba a esos parientes ni peligrosos ni antiespañoles.

Después, con el progreso, llegó la señalización de las carreteras. Aparecieron las pintadas y embadurnaron los letreros en un afán por salvar la toponimia de siempre, recuperar los nombres gallegos y superar la injusticia de la castellanización. Y ganaron los pintores clandestinos: hoy todos los nombres de pueblos y ciudades están en gallego. Muchos núcleos urbanos tienen indicadores que dicen saída da cidade,en vez de "salida de la ciudad". Y a nadie se le ocurrió pensar allí que los alcaldes eran separatistas. Tratándose de Galicia, lo más probable es que fuesen del PP.

¿Cuándo empezó a ser subversivo todo eso? Cuando lo captó determinada prensa y decidió que no era constitucional y atentaba contra la unidad de la patria. ¿Cuándo empezó a ser creíble que con el idioma se buscaba disgregar al Estado? Cuando, al mismo tiempo, fue posible denunciar acciones políticas para imponerlo, como si fuera un código de circulación. Con esos antecedentes, sueño con un idioma gallego hablado por todos con la normalidad que siempre existió; que, en vez de sufrir ataques de imposición, sea aceptado por su belleza y su riqueza, y que el otro idioma oficial tampoco se trate de imponer, y menos por razón política. Sueño eso, porque es la parte más sensible de la convivencia. Y creo que soñaría lo mismo si hubiera nacido catalán.

30-XII-08, Fernando Ónega, lavanguardia