ŽEl amor puede matarŽ, Martina Klein

El amor puede atacar con un flechazo en el centro del estómago, o se antoja como un capricho narcisista para engrosar el ego, o simplemente aparece como consecuencia del roce, que hace el cariño, y la predilección por hacer las cosas que antes eran a solas, esta vez en compañía. El amor nace o se hace. Química o física o decoración de interiores. La selección se hace con respecto al abanico de personas que la vida pone cerca: compañeros de trabajo, vecinos, amigos, amigos de amigos, amigos de amigos de amigos, la cola del cine, la parada del bus. El amor no es un trabajo de investigación, pero debería serlo, porque si pasa a mayores, estamos hablando de la persona con quien despertar todas las mañanas, tener hijos, nietos, perros y canarios. Pero simplemente surge, y lo aceptamos por el calor agradable que recorre el cuerpo cuando se está en buena compañía.

Fruto de esa aceptación, resignación en algunos casos, comienza la siguiente etapa sin cambios bruscos: ese amor se convierte en la elección, la bajada de martillo. Como decía un ex mío, la provisionalidad en muchos casos acaba siendo lo definitivo, él se refería a las viviendas, pero yo lo aplico al corazón. ¿No es acaso la persona que convive con nuestro mobiliario espiritual, el hogar donde uno reposa el cuerpo y el alma? Y se instauran los roles, las normas, los horarios, los apelativos cariñosos y los despectivos, las buenas y malas maneras. Pura información que dibujará el plano sobre el que crecerán los cimientos de la relación.

Esos cimientos no le pertenecen a nadie más que a dos, los que los han establecido. Las paredes serán de mejor o peor calidad, de color discutible y textura reprochable, pero sólo propiedad de sus amos, y lo que sucede dentro, dentro se queda. A menos que una llamada telefónica al 016 rompa con el esquema, y que los alaridos desde dentro pidan ayuda para derribar las paredes mal construidas. Las 70 o 73 mujeres, la misma cifra que el año pasado, y en cualquier caso, una barbaridad, que han muerto a manos de sus compañeros sentimentales habían denunciado previamente y no sirvió de nada. Quién sabe si esa denuncia fue la rúbrica de su sentencia, porque a nadie le gusta que se aireen sus trapos sucios, y menos al calumniado. A lo mejor los responsables de esas muertes eran los que pateaban a los chivatos en el patio del colegio, aunque probablemente no. Ojalá fuera tan fácil. No hay un perfil ni un rasgo ni una muesca en esa pared que marque con certeza al asesino en potencia, o lo que sería más importante, a la futura mujer muerta.

La mano de la persona amada fue al final la que abofeteó, apuñaló, ahorcó, disparó y acabó con la vida de la mujer elegida entre las mujeres, bajo ese techo construido por los dos.

3-I-09, Martina Klein, lavanguardia