´Autobuses descreídos´, Francesc-Marc Álvaro

Desde mañana y hasta el día 19, los autobuses de dos líneas de TMB llevarán publicidad a favor del ateísmo, a imitación de una iniciativa surgida en varias ciudades del Reino Unido. Los promotores de la campaña reivindican el derecho a divulgar sus posiciones como lo hacen los creyentes de las diferentes religiones y también buscan tener visibilidad social.Al margen de las simpatías y sensibilidades de cada uno, es perfectamente lícito y debe ser normal que los que no creen en Dios expongan sus ideas libremente, incluso que hagan proselitismo, emulando a su manera a los activos propagandistas de las grandes confesiones. La sociedad abierta lo es, precisamente, porque en ella ensanchamos las libertades en lugar de restringirlas. Si hacemos muchas excepciones, apelando a supuestas ofensas o al carácter intocable de ciertas figuras e instituciones, la libertad se devalúa peligrosamente.

Si queremos vivir en una democracia fuerte y sólida, debemos estar dispuestos a aceptar este tipo de desafíos, tanto si coinciden con nuestro pensamiento como si no. Los británicos, cuya capacidad de crítica pública y debate social es envidiable, todavía pueden enseñarnos bastante al respecto. Además, contra lo que aseguran algunas voces, esta campaña sobre ruedas no abre ninguna puerta nueva ni supone la ruptura de ningún consenso. ¿Acaso no vivimos en una sociedad donde, de acuerdo con la ley y los principios del pluralismo, cada confesión se muestra públicamente cuando y como le conviene? La religión no forma parte sólo de la esfera privada, tiene una dimensión social y política que sería absurdo negar. Los anuncios en los buses de Barcelona no promueven el conflicto religioso, del mismo modo que no lo hacen las procesiones de Semana Santa o el Ramadán. Los que creen están en la calle y, por tanto, también pueden estar ahí los que no lo hacen. Las reglas de juego de nuestra sociedad son estas y sólo debemos temer a los fanáticos de cualquier lado. Tan impresentable sería prohibir a los ateos su campaña del bus como impedir, en nombre de un laicismo obtuso, que las escuelas públicas celebren la Navidad, hecho cultural que trasciende lo puramente religioso.

Más allá de la cuestión de fondo, no comprendo la segunda frase del anuncio. El mensaje ("Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida") parte de un prejuicio muy rancio: los creyentes son gente amargada y triste. Tiene razón el arzobispado de Barcelona cuando puntualiza la inexactitud de este extremo. Como usted, amigo lector, conozco a creyentes y ateos muy animados, así como a creyentes y ateos preocupados e incapaces de gozar - por decirlo al estilo clásico-ni del mundo, ni del demonio ni de la carne. La frase es tan tonta como decir que "todos los gordos son simpáticos".

4-I-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia