Entre las acciones contundentes de la CIA desde el 11-S - y no parece
que ahí Obama vaya a cambiar de política-figuran los ataques letales
contra presuntos terroristas en países extranjeros. Es lo que ocurrió,
por ejemplo, el pasado 1 de enero en la zona fronteriza entre Pakistán
y Afganistán. Ahora se ha sabido que un avión sin piloto Predator
disparó unos misiles que mataron a dos jefes de Al Qaeda, de
nacionalidad keniana. Uno de ellos, que se hacía llamar Usama al Kini,
estaba considerado el cerebro del ataque suicida que destruyó en
septiembre pasado el hotel Marriott de Islamabad y que costó la vida a
más de cincuenta personas. Al Kini y su lugarteniente, Ahmed Salim
Swedan, también eran sospechosos de estar vinculados a los atentados
perpetrados en 1998 contra las embajadas estadounidenses en Kenia y
Tanzania. Desde entonces ambos hombres estaban en la lista de más
buscados por el FBI y se había establecido una generosa recompensa por
su captura.
La confirmación de la noticia se produjo, como es habitual, por
conductos extraoficiales. La CIA es muy reticente a comentar las
operaciones realizadas con los Predator en el extranjero, y más aún en
territorio pakistaní, por las graves implicaciones políticas y
diplomáticas de admitir unas acciones que violan la soberanía de un
país aliado.