īCreer o no en los autobusesī, Mārius Serra

Lo más interesante del debate publicitario entre ateos y creyentes es el medio elegido para sostenerlo: anuncios en los autobuses. La era digital ha multiplicado las vías posibles para difundir mensajes publicitarios. Hoy la propaganda no sólo nos llega a través de anuncios (spots televisivos, cuñas radiofónicas, inserciones en prensa escrita, vallas publicitarias o patrocinios) sino también a través de correo basura, banners, pop-ups,powerpoints,links sorpresa, vídeos en YouTube que forman parte de complejas campañas virales, sms, anuncios al móvil enviados gratis vía bluetooth, telemarketing y otras modalidades de acoso cada vez más sofisticadas... En estas filigranas comunicativas andamos cuando la existencia o inexistencia de Dios, que es una cuestión intangible donde las haya, va y se dirime a lomos de algo tan tangible como un autobús. Primero en Londres y desde hoy también en Barcelona, en principio durante quince días. En otras ciudades también se ha anunciado que los autobuses negarán la existencia de Dios (con ese probablemente atenuador que remite a la mejor cerveza del mundo y que en Londres fue incluido en el mensaje por imperativo legal). Algunos sectores eclesiásticos ya han contraatacado con anuncios que reafirman la existencia de Dios y, entre nosotros, mientras escribo estas líneas (¡cómo deseaba poder teclear juntas estas cuatro palabras algún día!) los activos e-Cristians del inefable Miró i Ardèvol aún andan deshojando la margarita para decidir cuál será su eslogan. La cuestión es que nadie se plantea que la campaña pueda lanzarse por ningún otro medio. Todos, tirios, troyanos, ateos y creyentes, se aborregan ante la taquilla del señor que vende los anuncios en los autobuses.

En pleno siglo XXI no deja de tener su aquél esta apuesta a/ teísta por uno de los medios más antiguos, locales y simples de publicidad. Sin duda, el motivo inicial de la elección fue el económico. Alquilar los lomos de un par de autobuses no sale tan caro como poner anuncios en la tele o en los diarios, y el grado de visibilidad es notable. No hay que descartar tampoco el carácter emblemático de los autobuses londinenses. Tras la desaparición de las típicas cabinas rojas de madera, los buses mantienen el tipo hasta el punto de que en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Pekín, la futura sede olímpica se presentó al mundo haciendo bajar al dios Beckham de un autobús de dos pisos. Pero más allá de lo material, podemos hallar otros motivos. En su novela póstuma La ninfa inconstante,Guillermo Cabrera Infante recuerda un rótulo mexicano impagable: "Se ruega a los materialistas no estacionarse en lo absoluto", donde un materialista es un recogedor de materiales y lo absoluto una especie de arcén con línea continua. Pues bien, no hace falta ser helenista para saber que los griegos actuales llaman metáforas a los autobuses ni tampoco leer la Biblia cada domingo para estar familiarizado con ese dichoso dicho que afirma la ubicuidad del Sumo Hacedor: "Dios está en todas partes". Un autobús no llega a tanto, pero se le acerca, sobre todo si llama la atención de los medios audiovisuales, como sucede ahora. Nadie pagaría un anuncio en la red de cercanías de Renfe, por ejemplo, ni mucho menos en la línea de Puigcerdà. En cambio, no me extrañaría que el hervor ateo diese pie a otras campañas de bus (atención a Benetton o a Dolce& Gabbana). Creer que Dios existe o creer que no existe resulta muy respetable, pero la verdad es que aquí la única certeza documentada es que existen los autobuses.

12-I-09, Màrius Serra, lavanguardia