ŽNi prejuicio ni orgulloŽ, Francesc de Carreras

Ante una situación tan aparentemente maniquea y que desata tantas pasiones encontradas como es la guerra de Gaza, en la que se mezclan presente e historia, civilización y barbarie, Mahoma y Moisés, el analista político, a menos de querer cambiar de oficio y convertirse en propagandista, debe salir del círculo infernal en el que pretenden encerrarle: ¿con quién estás?, ¿eres proisraelí o antiisraelí?, ¿propalestino o antipalestino?

¿Cómo salir de este tramposo círculo? Bien sencillo. El analista es como un juez, el propagandista como un abogado. Juez y abogado tienen unos principios éticos distintos porque ejercen en un proceso funciones distintas: uno aplica la ley y el otro defiende al cliente. La ley que debe aplicar el analista no es la jurídica, sino la de la razón, la de la argumentación racional. Debe aparcar sus sentimientos y servirse sólo de los valores que conforman la ética de su función: la precisión, el rigor, la coherencia, el conocimiento del problema. Por supuesto puede equivocarse, y mucho, pero nunca debe hacer trampas: no debe escribir con prejuicios, ni ocultar unos hechos o exagerar otros para así llegar al fin que previamente pretende, ni argumentar mediante falacias o escribir sin información suficiente. Ya sé que el techo que señalo es alto y no siempre somos capaces de conseguirlo. Pero hacia él es hacia donde hay que tender.

En definitiva, para aclararnos, lo más contrario a un analista político es el fan - abreviatura de fanático-de un club de fútbol: aquel que va al campo con la única finalidad de animar para que gane su equipo a toda costa y no que gane el mejor. Desgraciadamente, en conflictos como el que enfrenta a israelíes y palestinos, y también en muchos otros, algunos analistas son lo más parecido a un fan del Barcelona o del Madrid.

Escribí la semana pasada un artículo sobre lo que sucede en Gaza intentando calibrar las culpas de unos y otros. Inmediatamente recibí llamadas y correos electrónicos de algunos amigos: ¿por qué eres propalestino?, ¿por qué eres proisraelí? Lo que decía, en sustancia, eran dos cosas: primera, que no era un enfrentamiento entre pueblos, sino un enfrentamiento entre el Gobierno israelí y Hamas; segunda, que los sucesivos gobiernos israelíes desde el asesinato de Yitzhak Rabin habían puesto trabas de todo tipo a la Autoridad Nacional Palestina para evitar que se consolidara un Estado palestino y que Hamas, mediante sus acciones terroristas, de hecho les había hecho el juego. También decía algo más: que el actual ataque militar a Gaza me parecía no sólo desproporcionado sino, además, salvaje y contraproducente.

Vamos a ver, equivocado o no en el análisis, ¿soy pro unos o anti otros? De entrada sostengo que no se trata de un enfrentamiento entre pueblos, entre israelíes y palestinos (que, por supuesto, tampoco son homogéneos ni desde el punto de vista étnico ni del religioso), sino entre sectores de cada uno de ellos, en concreto entre la clase política israelí y Hamas. En segundo lugar, las culpas están mal repartidas y, en concreto, me parece inadmisible la reacción militar final de los israelíes contra la población de Gaza: si de terrorismo se trata, así no se combate al terrorismo.

¿De dónde viene esta obsesión del pro y del anti? ¿Por qué muchos piensan siempre en clave maniquea? Cuando la primera guerra del Golfo, allá por 1990 y 1991, sostuve que la causa de la guerra, además de la obviamente inaceptable ocupación de Kuwait, era el control del petróleo en aquella zona yno la implantación de la democracia en Iraq. Pues bien, entonces muchos me acusaron - y todavía lo hacen-de que era partidario de Sadam Husein. Cuando consideré que era injustificado y contrario al derecho internacional el bombardeo diario de Belgrado por las tropas de la OTAN durante dos meses seguidos por la cuestión de Kosovo, me dijeron que era partidario de Milosevic. Cuando se mandaron tropas internacionales a Afganistán tras el 11-S consideré que una guerra no era el mejor método para combatir el terrorismo de Al Qaeda (aún está ahí y Bin Laden vivito y coleando, si es que existe). Entonces me acusaron de antinorteamericano. Suerte que la opinión dominante en España estuvo también en contra de Bush por la guerra de Iraq del 2003 (quizás gracias a que la apoyaba Aznar), porque si no, me hubieran dicho de nuevo que era un partidario de Sadam. En fin, cuando he criticado el nuevo Estatut de Catalunya, me han acusado de anticatalán. Siempre buscando una intención oculta, haciendo juicios de intenciones, antes que atendiendo a los razonamientos, acertados o no y siempre discutibles.

El jurista suele considerar que lo importante al comentar una sentencia no es el fallo, sino las argumentaciones que han conducido a él. Por ello nos solemos negar a comentar una sentencia sin haberla leído completa: puede suceder que al final de su lectura acabemos convencidos de lo contrario que pensábamos antes. Los dictámenes jurídicos solían acabar antes - ahora casi se ha perdido esta buena costumbre-con la siguiente coletilla: "este es mi dictamen, que someto a cualquier otro mejor fundado en derecho".

En el debate público, se debería seguir también esta norma: atender a los argumentos sin descalificar previamente a quien los formula y estar dispuesto a rectificar si son más convincentes. Ni pro ni anti, más análisis y menos propaganda, sin orgullo ni prejuicios.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB, 15-I-09, lavanguardia