´En pendiente´, Xavier Bru de Sala

Que la buena imagen española está seriamente dañada es incontrovertible, una verdad concreta, palpable, absoluta. Hay quien, por el ancho mundo, aún concede un cierto margen de recuperación del prestigio, pero son los menos. Los más se ensañan incluso más allá de cualquier radiografía de intención objetiva. Es la ley del péndulo. Cuando la cosa funcionaba, los buenos datos tapaban las grietas estructurales de nuestra economía. Ahora que las grietas se han ensanchado, parece que no haya más que grietas. Cuando las miradas se fijaban en los buenos datos, con el foco en el crecimiento, los españoles destacaban por encima de la media. Ahora que, torvas y de mal agüero, mesuran el fondo de los pozos, por no decir las pozas, singularmente el paro, resulta que estamos entre los peores. Es demostrable pues -a saber si del todo cierto- que hemos pasado de un extremo al otro, de los primeros a los últimos de la clase. Los países que estaban en puestos intermedios, en cambio, siguen ahí. Verbigracia, Francia o Alemania. Crecían menos, pero aguantan mejor. La explicación es que se trata de países hechos, asentados, mientras la economía hispánica subía más como el suflé que como un sólido edificio. En el mejor de los casos, la improvisación da buenos resultados durante un tiempo. El rifirrafe puede salir barato en ocasiones. Doble fortuna, pues, que al darnos la espalda exige un doble precio: un tanto por la ausencia de planificación, más otro tanto por la discordia.

No diré lo sabio, pero sí lo sensato y prudente que sería, para quien paga unas facturas tan elevadas, intentar poner remedio a las causas de su desgracia. Repensar por un lado las prioridades de la economía, repartiendo los huevos entre el cesto de los capitales financieros, la construcción y el turismo - donde se concentraban en exceso-y el hasta ahora depauperado cesto de la economía productiva, la tecnología y la innovación. No hay otro secreto, pero sí otra asignatura, que consiste en mejorar la capacidad de acuerdo. Cuando un colectivo se desliza por el tobogán, el simple hecho de abrazarse, solidarios, disminuye la velocidad de caída del conjunto, mientras que la lucha libre y los mutuos empujones aceleran hasta el vértigo y alargan el momento de tocar fondo. Así no se sale de la crisis. Así no se aminoran sus efectos. Es elemental, pero quienes tienen la responsabilidad no hacen caso.

Con la que está cayendo, mientras vamos cayendo, con lo mal que nos están juzgando propios y extraños, hay que ser muy insensato para dedicarse a la lucha descarnada por el poder, a sustituir la imagen de preocupación y la búsqueda conjunta de soluciones por el espionaje entre compañeros y las acusaciones cruzadas, es de temer que bien justificadas, de sinvergonzonería.

26-I-09, Xavier Bru de Sala, lavanguardia