´Lo que Obama ha unido...´, Francesc-Marc Álvaro

Aquí no hay dirigente o partido que no se reclame de la cuerda de Barack Obama, el flamante presidente de Estados Unidos. En la política española, los jefes del PSOE y del PP hablan como si el nuevo inquilino de la Casa Blanca fuera uno más de su familia ideológica, lo cual produce mucha risa. En la política catalana, todas las siglas parlamentarias, sin excepción, sienten y proclaman que Obama, de algún modo, les da la razón, extremo tan imposible como absurdo. A la vista de las declaraciones oídas estos días en nuestros predios, no puedo más que pedir humildemente que lo que Obama ha unido no lo separe la financiación autonómica o la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.

Soñemos un poquito: ¿Por qué no gobiernan todos juntos, cogidos de la mano, con el programa de Barack Obama adaptado a los problemas de este rincón del mundo? Si tanto coinciden todos en su entusiasmo por las palabras del nuevo presidente, desde los poscomunistas de ICV-EUiA a los conservadores centralistas del PP, sólo es cuestión de importar las recetas del hombre de moda. Pero ustedes y yo sabemos que las cosas no funcionan así. Una cosa es compartir alegrías y esperanzas por el ascenso democrático del nuevo primer líder mundial y otra, muy distinta, es ponerse de acuerdo para abordar los problemas concretos de nuestra sociedad, que poco tiene que ver con la de los Estados Unidos.

Dos fenómenos desenfocan la mirada de nuestros políticos cuando tratan de asociarse a la estampa deslumbrante de Obama. Por un lado, prescinden de las insalvables diferencias entre la cultura política estadounidense y la nuestra. A veces, sólo es pura ignorancia, como cuando alguien se escandaliza de que Obama citara varias veces a Dios y las Sagradas Escrituras en su discurso de toma de posesión. Algunos indocumentados sostenían que las referencias religiosas eran una mera extravagancia propia de Bush y los neoconservadores, sin tener en cuenta que el deísmo de raíz masónica de los padres de la revolución americana impregnó la sociedad y las liturgias civiles de la república hasta hoy, y que ello nada tiene que ver con las iglesias oficiales del Viejo Continente.

Por otro lado, cada cual quiere hacerse un Obama a la medida de sus ideas, a partir del fragmento de discurso que más fácilmente casa con sus valores e intereses. Así, desde el liberalismo europeo, se destaca que Obama afirma que "no nos planteamos si el mercado es una fuerza para el bien o para el mal; su poder de crear riqueza y expandir la libertad no tiene igual". Mientras, la socialdemocracia europea subraya las palabras posteriores: "Pero esta crisis nos ha recordado a todos que, sin vigilancia, el mercado puede escapar al control; una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si sólo favorece a los ricos". Nos cuesta asumir la síntesis de ambos enfoques, que es lo importante. Lo cierto es que nuestras coordenadas, tan alejadas de la tradición de la que surge Obama, nos impiden comprender todo el alcance de su mensaje.

Pero no son las respuestas lo que separa más acusadamente a Obama de nuestros políticos, sino las cuestiones. Hay una manera práctica de abordar los desafíos, que no confunde la fidelidad a los principios con la rigidez de lo dogmático: "La pregunta que hoy planteamos - señaló Obama en su discurso del martes pasado-no es si nuestro gobierno es demasiado grande o demasiado pequeño, sino si funciona". En Europa, salvo en el Reino Unido, el imprescindible debate sobre los límites del Estado de bienestar y su sostenibilidad se produce, a menudo, sólo en términos de mayor o menor intervencionismo, de más o menos peso y dimensión del sector público y la iniciativa privada, dejando como algo secundario la eficiencia de los servicios prestados al ciudadano. Como explica muy bien Xavier Roig en su higiénico libro La dictadura de la incompetència,"ni las derechas ni las izquierdas políticas denuncian la burocracia de Estado en ninguna campaña electoral". En Catalunya, por ejemplo, el sector sanitario se fundamenta en una colaboración responsable y acreditada entre administración y operadores privados, públicos y mixtos. En cambio, demasiados prejuicios doctrinales y corporativismos frenan las reformas en el sector educativo, lastrado por aquellos que confunden la defensa de la escuela pública con la demonización de los centros concertados, cuya función social nadie puede negar, también en barrios que presentan dificultades especiales.

Obama es un reformista que no encaja en las etiquetas europeas al uso. Responsabilidad y transparencia son grandes lemas de su comienzo, y hay un esfuerzo por acompasar los ecos idealistas con la contención pragmática. Rahm Emanuel, su jefe de Gabinete, está ahí para que la prosa del día a día no se extravíe. Nada de buenismo que pueda confundirse con debilidad, de lo cual Zapatero debería tomar nota. Todo lo demás, y a la espera de los cien primeros días de Obama, es la chispa de un estilo: seguridad, naturalidad, flexibilidad, apertura y firmeza. Y, por encima de todo, algo que está en el corazón de la política estadounidense: el patriotismo inclusivo, difícil de entender en clave europea, imposible de trasladar a España, e indigerible para cierta progresía catalana de todo a cien. El nacionalismo español, tanto en la derecha como en la izquierda, se inspira hoy en el jacobinismo francés más rancio y está a años luz del sueño americano. Allí, como ha proclamado Obama, la unidad no es uniformismo ni la diferencia es anomalía sospechosa.

26-I-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia