*Reabrir la historia*, Agustí Colomines

... La desaparición de los regímenes comunistas no comportó el triunfo del liberalismo y la democracia. Aquella teoría ya estaba equivocada, de entrada, porque ninguneaba que China o muchos de sus aliados asiáticos y africanos estaban subyugados por dictaduras comunistas. Pero, es más, la desaparición de la nomenclatura en los estados del antiguo Pacto de Varsovia no significó, salvo en algún caso excepcional, como por ejemplo en Chequia, la difusión del espíritu de libertad propio del liberalismo. Al contrario. Cuando el rastrojo del mal permanece, los tallos malvados vuelven a crecer. En Rusia, con Putin, o en España con los franquistas.

Fukuyama cometió los mismos errores que los analistas marxistas, tan de moda a finales de los años sesenta del siglo XX, al analizar el futuro. El imperialismo ruso no es nuevo, pero Putin lo ha reactivado con una agresividad nacionalista propia de los estados decimonónicos. Este hombre lleva tiempo siendo así. No ha enloquecido de repente. Lleva años dedicándose a eliminar a periodistas, opositores y a guerrear, como ha hecho en Chechenia, Georgia y en otros territorios de la antigua URSS para recuperar el poder imperial ruso perdido en 1918 con la “rendición” de Lenin. Tal como expuso Anne Applebaum en un artículo de finales del año pasado, The bad guys are winning, Vladímir Putin descubrió hace mucho tiempo que las detenciones masivas son innecesarias si puedes encarcelar, torturar o posiblemente asesinar solo a algunas personas clave. Por eso quiere cargarse a Zelenski, símbolo de la resistencia ucraniana. El miedo hará el resto para doblegar la resistencia. Se trata de difundir la creencia de que no es posible cambiar nada. Dictaduras apoyadas sobre sociedades apáticas para apagar las linternas de los móviles que, en Kyiv o en Barcelona, buscan la libertad en la oscuridad.

7-III-22, elnacional.cat