aniversario Fukushima: la energía nuclear es humana... demasiado humana

- energía nuclear (tras Fukushima)

...el Gobierno ha facilitado hasta ahora 15.360 millones de euros a Tepco, la operadora de Fukushima Daichii, para afrontar sus pérdidas. Una cifra colosal comparada con las compensaciones que la compañía ha empezado a repartir a los damnificados. Ofrece unos 740 euros a los hombres, 3.700 euros a las mujeres y 5.600 euros a las embarazadas y a las menores de edad.

Justo cuando se cumple el primer aniversario del accidente a la planta de Fukushima Daichii, la polémica sobre la gestión de la crisis nuclear es más viva que nunca en el Japón. La opinión pública asiste entre incrèdula y sorpresa a las confesiones de incapacidad e incompetencia que estos días llevan a cabo los responsables políticos de la tercera potencia mundial.

La sociedad japonesa ha ido descubriendo despacio en los últimos tiempos la realidad de la falta de directrices y la confusión que reinó en el gobierno y entre los técnicos de Tepco, la empresa que gestiona Fukushima Daichii.

Hace escasamente un mes, un informe elaborado por un grupo de expertos independientes subrayaba la falta de preparación generalizada y una incomunicación a todos los niveles entre el gobierno y Tepco, que provocaron que se adoptaran decisiones inadecuadas o tardías para garantizar la seguridad de la población y controlar el accidente nuclear.

Así, por ejemplo, los responsables de Tepco conocían los efectos que podría causar una oleada de más de quince metros a Fukushima, pero no tomaron ninguna iniciativa porque consideraron que era prácticamente imposible que se produjera un tsunami tan potente. Ni tampoco tuvieron en cuenta que se pudiera producir un seísmo y un corte de energía a la vez.

El estudio de la catástrofe de Fukushima también revela que el personal de Tepco tampoco conocían en profundidad los sistemas de emergencia. El día siguiente del accidente, tardaron dos horas a encontrar una presa de agua y sólo fue posible después de que Tepco contactara con el ingeniero que proyectó los equipos antiincendis a la central nuclear.

Y que, huérfanos de los conocimientos necesarios, los equipos de emergencia cometieron errores técnicos al manipular los sistemas de enfriamiento de los reactores. Unos errores que si no se hubieran producido habrían limitado la emisión descontrolada de radiactividad.

Tampoco sale muy parado el gobierno y mucho menos el entonces primero ministro, Naoto Kan, a quien se atribuye haber alimentado la confusión de las primeras horas. La falta de comunicación entre Kan y el centro de gestión de crisis atrasó la alerta sobre el grado de difusión de la radiactividad. Y este fin de semana se ha sabido que el gobierno de entonces conocía el riesgo de fusión nuclear desde las primeras horas que siguieron el tsunami y no sólo ocultó la información, sino que su portavoz, Yukio Edano, negó esta posibilitado semanas enteras.

El más grave es que Edano, actualmente ministro de Economía, Comercio e Industria, ha reconocido que silenció esta información. “Acepto humildemente ser criticado porque no los podía decir que había un riesgo de fusión”, dijo a los periodistas locales el pasado viernes.

Esta revelación refuerza incluso más el sentimiento que tienen los japoneses que el ejecutivo los ha ocultado información sobre su gestión del peor accidente nuclear desde Chernóbil el 1986. Y el que todavía es peor, ha confirmado la persistencia de complicidades entre el gobierno, los altos funcionarios y las grandes empresas (en este caso Tepco) y ha reforzado la sensación de impotencia de la población.

“Nos invade una mezcla de ira y de impotencia. Ya no los creemos. Nos han sido mintiendo todo el año”, señala el escritor y profesor de la universidad Rikkyo de Tokyo, Hiroaki Idaka, que añade que “la gestión de esta crisis nos demuestra la falta de capacidad de los políticos que nos gobiernan”.

Esta realidad y los retrasos a conceder las ayudas a los damnificados y a poner en marcha los planes de reconstrucción han hundido la popularidad del primer ministro, Yoshihiko Noda. Sólo le apoya un 30% de la población. Ha reconocido: “La culpa no es de nadie en particular, sino de todos. Tanto el gobierno, como los expertos y las emprendidas operadoras estábamos demasiado convencidos del mito de la seguridad nuclear. Creo que todos tenemos que reflexionar”.

11-III-12, I. Ambrós, lavanguardia

Nada volverá a ser cómo antes. Es el comentario más común que se siendo de la boca de cualquier japonés cuando se evoca la triple catástrofe que va fuetejar su país el 11 de marzo del 2011. El efecto combinado del gran terremoto de magnitud 9, un tsunami mortífer y el posterior peor desastre nuclear del último cuarto de siglo han cambiado la manera de pensar y de vivir de la sociedad japonesa, que muestra más desconfianza hacia los partidos políticos. La fosa que separa el Japón real del oficial es cada vez más grande.

Los efectos del seísmo y posterior tsunami, que causaron más de 19.000 víctimas mortales (15.584 certificados y 3.274 desaparecidos), han dejado un impronta profunda en la memoria de los japoneses. Pero fue el accidente de la central nuclear de Fukushima Daichii el que ha modificado su modo de vida y ha despertado el miedo de la radiactividad. “Nos hemos dado cuenta que el mito del crecimiento económico para ser un país poderoso no es tan importante. Ahora queremos vivir de forma segura y saludable”, afirma el escritor y profesor de la Universidad Rikkyo, de Tokyo, Hiroaki Idaka.

Su comentario responde al creciente recelo que provoca la energía nuclear en el Japón. A siete de cada diez personas los preocupa la radiactividad, señala una encuesta del Mainichi Daily News. Una cifra que duplica la inquietud que había antes del accidente de Fukushima, cuando el Japón era considerada la primera potencia nuclear del mundo con sus 54 reactores, y la mejor preparada para afrontar cualquier tipo de accidente.

El desastre de Fukushima, provocado por una oleada gigante, reveló la inconsistencia de autoridades y técnicos nipones y ha generado un estado de ansiedad. “Nos enfrentamos al miedo real que nunca habíamos imaginado que tendríamos. Antes del accidente teníamos la sensación de vivir en un entorno seguro. Ahora esta percepción se ha desvanecido”, dice Susumu Ueda, un compositor musical de 56 años comprometido con los damnificados de las tres catástrofes naturales.

“Intento volver a la normalidad y quiero hacer mi vida diaria como antes, pero siento que vivir sin preocupación ya es imposible”, comenta Akiko, una profesora de español de 36 años que imparte clases en Tokyo.

Su inquietud lo ha traído a vigilar la procedencia de los alimentos, una cosa impensable hace tan suele unos meses entre los japoneses, que tenían una fe ciega en los productos del país. Ahora ya no. Desconfían de la burocracia gubernamental, especialmente después de que
se descubrieran casos de contaminación en carne de vacuno, té, arroz y leche en polvo infantil, y los ciudadanos han tomado la iniciativa. Una cosa impensable en una sociedad tan disciplinada como la nipona.

La situación ha llegado al extremo que son las mismas empresas de alimentación y las cadenas de supermercados, como Aeon, las que aplican por su cuenta unos controles de radiación más estrictas que los del Gobierno, para garantizar a los consumidores la calidad de los productos que venden...

Pero el accidente nuclear no sólo ha cambiado pautas de comportamiento. También ha despertado conciencias. Su principal fuerza impulsora es la creciente desconfianza hacia los políticos y los burócratas de la administración. “Nos han mentido todo el año”, dice Hiroaki Idaka. Un sentimiento que ha generado un movimiento antinuclear y de indignación que reúne decenas de miles de manifestantes y que tiene el apoyo de intelectuales como por ejemplo Susumu Ueda o el escritor Kenzaburo Oé.

Y es que el Gobierno ha facilitado hasta ahora 15.360 millones de euros a Tepco, la operadora de Fukushima Daichii, para afrontar sus pérdidas. Una cifra colosal comparada con las compensaciones que la compañía ha empezado a repartir a los damnificados. Ofrece unos 740 euros a los hombres, 3.700 euros a las mujeres y 5.600 euros a las embarazadas y a las menores de edad. “Es insultando”, opina Akiko.

11-III-12, I. Ambrós, lavanguardia