la putrefacción del postfranquismo ahoga la cultura democrática

Mañana domingo 25 de marzo se acaba un ciclo. Empezó el 10 de noviembre del 2010 con las elecciones catalanas y acaba 501 días después con las elecciones andaluzas. Entremedias, hemos cabalgado furiosamente hacia la ruina. Hemos sido medio intervenidos por los burócratas de Bruselas-Berlín. Hemos sido testigos del derrumbe del PSOE y de las ideas socialdemócratas tradicionales. Las alternativas, del todo inconsistentes, han basculado desde el 15-M hasta la emergencia de un PP que se dedica a subir impuestos, a cargar el peso de la culpa sobre las comunidades autónomas –agentes del gasto social– y a hacer reformas que son anunciadas en los foros internacionales con gran fanfarria, pero que son insuficientes para ayudar a la recuperación y todavía menos para acabar con la espiral autodestructiva típica de España desde el siglo XVII.

Cuando se repite que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, todo el mundo tiene a la cabeza la Visa y el aeropuerto de Castelló. Afinando algo más, hablamos de los jóvenes que dejaron los estudios para hacer de albañiles y comprarse un Hyundai Coupe, y de la telaraña delirante del AVE. Pero de entre los autengaños que algunos se han permitido, inoculados desde 1975, el más obsceno y ridículo es la idea que España es comparable a las grandes democracias occidentales. Este autoengaño está en la raíz del éxito inicial del 15-M, y es también la causa profunda del fracaso económico actual, como también lo era del crecimiento económico sin solidez de los años anteriores.

Una obviedad luminosa: en España no hay separación de poderes. Ya pueden apelar desvergonzadamente a la Pepa de 1812, y olvidar el hilo de fracasos que va desde la instalación de la corte en Madrid en 1561, hasta el café para todos, pasando por el conde-duque de Olivares, la guerra europea que acabó en Barcelona en 1714, el asesinato de Prim, las guerras carlistas o el 18 de julio. Que el poder judicial dependa del gobierno, que los diputados sean rehenes de una de las lealtades partidarias más férreas de Occidente y todos los otros ejemplos que ya conocemos, es la consecuencia de un sistema político cautivo de coacciones que corren en paralelo a las elecciones. También los sindicatos: el derecho del trabajo español es una concesión desmesurada e ineficaz, a cambio que el poder de la aristocracia del capitalismo de Estado que soportamos continúe llenándose los bolsillos sin competencia real: Telefónica, Iberia, etcétera.

A partir de la huelga general del jueves empieza un nuevo ciclo más crudo. Todos los actores de este engaño desfilarán para mostrar músculo. Nuevas reformas, recentralizaciones, movilizaciones, pactos fiscales, traiciones entrañables y privatizaciones entregadas a dedo serán los actos del sainete. Si todo queda igual continuará la decadencia. Se repartirá juego y continuará la partida con menos fichas en el bote. La única salida de la espiral es acabar con este postfranquismo putrefacto. Cada líder desde cada poder sabe qué tiene que hacer para despertar del engaño. Empieza el baile.

24-III-12, Jordi Graupera, lavanguardia