una partitocracia que premia la mediocridad y el servilismo

Codazos en la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales. Los partidos políticos se han repartido el pastel de los candidatos y de las cuotas, previamente recortado para pasar más desapercibido. La ceremonia ha incluido meter en cintura el informe crítico del Consejo del Audiovisual de Cataluña con la mezcla de cinismo y de caradura protocolaria que ha perpetuado la promiscuidad entre medios y poder de las últimas décadas. Con la coartada de la representatividad (fácilmente desmontable: escogemos los representantes en el Parlamento, no el mantenimiento de formas legalizadas y oficializadas de derroche), los partidos han hecho prevalecer su interés parcial por encima de la voluntad (y la necesidad) de servicio.

La aportación de estas cuotas y direcciones en la democracia audiovisual y al reforzamiento de unos medios públicos dignos y competitivos ha sido escasa y, en cualquier caso, insuficiente si la comparamos con el coste económico (y político) que han comportado. La dramaturgia del reparto se ha repetido cambiando las caras, los rumores, el nombre de los restaurantes donde se conspira y el grado de fragilidad moral de los criterios de evaluación (hay candidatos que desactivan otros candidatos y el precio que pagamos es un consenso a la baja, que premia más la mediocridad que no la personalidad). Con independencia del color político de la mayoría, el pronóstico es fácil: se intentará instrumentalizar los medios públicos con interferencias explícitas o implícitas. Y, en las comisiones de control del Parlamento, se buscarán resonancias propagandísticas y, como hasta ahora, se estimulará el aspaviento narcisista de comisarios políticos con un rigor auditor comparable con el oscurantismo estructural del modelo –el mismo oscurantismo que, con toda impunidad, permitió la devaluación de influencia de Catalunya Ràdio con la llegada del primero tripartito–.

Estos momentos de gimnasia pseudoinquisitorial también sirven para foguear las vanidades intolerantes de alguna patum de andar por casa, condecorada con un prestigio que le viene de los tiempos de la transición, o para reforzar la pasividad de auténticos hombres invisibles de la política, fabricados para practicar un tipo de obediencia ciega, sorda, muda, insípida y transparente. Con esta metodología y un contexto de equilibrios políticos que desvirtúa la naturaleza filosófica del pacto, los ciudadanos, contribuyentes y espectadores no podemos esperar nada de bueno ni del reparto (algunos nombres nos remiten a auténticas películas de terror) ni del órgano oficial que, con una disciplina jurídica blindada y perseverando, se ocupa de juzgarlo. La vergüenza es tan transversal como el juego de intereses que la ampara. La única esperanza nos la dan los profesionales de las emisoras y de las cadenas de televisión, que han conseguido trabajar a pesar del énfasis controlador de unos políticos que, por convicción, incompetencia o interés, no querrán cuestionar una estructura hipertrofiada, poco profesional pero que, hoy por hoy, les conviene.

24-III-12, Sergi Pàmies, lavanguardia