"Bankia: mentiras a precio de oro", Cristina Sánchez Miret

Bankia se ha desplomado sobre ella misma. Aunque todo el mundo que lo tenía que saber tenía claro hacía mucho tiempo que era un castillo de naipes, ha hecho falta viento de fuera para destapar el engaño. Rodrigo Rato, el presidente de la entidad, ha salido con la cabeza alta; a pesar del agujero declarado y el no declarado.

En las imágenes, no parece ni preocupado, ni triste, ni tampoco que piense que ha hecho un mal trabajo o que no ha dado la talla. Al contrario. De hecho debe estar decepcionado de no haber podido hacerlo más largo: a aproximadamente 6.400 euros al día, vale la pena poner oficio para mantenerse en el puesto y debe maldecir –a pesar del gran pellizco que supone– que su indemnización no sea de las de hace –como aquel que dice– dos días.

¿Cómo se explica la retahíla de disparates en millones de euros –no de pesetas– que salen a la luz en agujeros y en sueldos en los bancos y en las cajas ayudados y en la misma administración pública? No hablo de cifras de antes de la crisis, o de los primeros tiempos en que esta se negaba, por otra parte igualmente obscenas, sino de las más recientes –del 2010, 2011 y 2012– cuando es evidente que esta durará y que es más que profunda. ¿Cómo es posible que estas cantidades se sostengan con dinero público en época de recortes?

La crisis actual no la ha provocado el estallido de la burbuja inmobiliaria y/o los activos tóxicos o cualquier otra variable de la explicación al uso en las teorías económicas. Los elementos que se contemplan son sólo los que han permitido que se levantara la alfombra para poder ver la suciedad, al hacerse insostenibles los trapicheos alimentados desde y/o con las instituciones políticas democráticas para más gloria del sistema y para el crecimiento y la acumulación de la riqueza de unos cuantos –cada vez más, pero, en definitiva, bien pocos– escogidos.

La crisis la ha provocado la mentira institucionalizada y la aceptación en los círculos de poder del uso para el enriquecimiento personal de instituciones públicas, pseudoprivadas o público-privadas. Robos que se han producido y siguen produciéndose sin nocturnidad ni alevosía, de forma legal, alegal o ilegal; pero en todo caso, bajo la vigilancia atenta de todos los órganos de control democrático diseñados precisamente para evitarlos.

13-V-12, Cristina Sánchez Miret, socióloga, lavanguardia