"Esperando el drama", Rafael Nadal

Lo saben perfectamente: han dejado de controlar la situación. Los gobernantes lo saben. La oposición lo sabe. Los partidos, las patronales, los sindicatos y las organizaciones corporativas lo saben. Los bancos, por supuesto, lo saben. Muchos de ustedes, que me están leyendo y son personas influyentes, lo saben. Y yo también lo sé. Por eso no puedo seguir engañando a los ciudadanos, predicando esperanzas en las que ya no creo, no porque no sean realizables, sino porque en los pasillos del poder se ha dictaminado que "aún no hay bastante drama" para sacrificar los intereses particulares en beneficio de los intereses del país. Ha llegado la hora de aceptar la realidad y apartarme, decepcionado por un juego político irresponsable, que nos está costando carísimo y que en los próximos meses será devastador. No puedo seguir reclamando consensos imposibles, ni esfuerzos compartidos, porque ya han decidido que no los piensan promover.

Que no cuenten conmigo en este juego sectario y partidista, de ataques y contraataques, de mentiras, de ayudas sólo para taparse las miserias y de demagogias que hacen del debate político una ficción. La espiral ya se ha acelerado y nadie sabe dónde nos llevará, porque los dirigentes han perdido el control. No soy más listo, pero recibo la información de los que la tienen, incluidos consellers y ministros, que en privado confiesan que no saben a dónde van, ni qué tienen que hacer y aunque reconocen que el camino actual no tiene salida argumentan que no ha llegado la hora de rectificar.

Desde que empezó la crisis financiera internacional -han pasado cuatro años desde el descubrimiento de los trapicheos de Lehman Brothers- he defendido la necesidad de cerrar filas con realismo en torno a los gobiernos y las instituciones para ajustar los presupuestos a nuestra economía real y no caer víctimas de una espiral de dependencia de las deudas y de los prestamistas internacionales. A menudo no he compartido o no he entendido las medidas que se tomaban, pero he perseverado en la tarea ingrata de llamar a la contención, la austeridad y el sacrificio, y he insistido en reclamar un apoyo general a quienes nos gobiernan. Lo he hecho con el convencimiento de que sólo podemos salir de la crisis con más esfuerzo, generando más riqueza y pagando las deudas que nunca nos perdonarán si no es a costa de renunciar a Europa.

Reconozco que me siento desconcertado y traicionado porque nuestros gobernantes no han estado a la altura del esfuerzo general. Han elegido el camino fácil de explotar a las clases medias y a los asalariados, pero no han hecho nada para obligar a los poderosos. No han entrado a fondo contra los instalados, no han reformado de verdad las administraciones, no han forzado la contribución de las grandes fortunas y no se han esforzado en perseguir a los defraudadores; no han sido capaces de exigir la colaboración de las entidades financieras, ni han protegido a los pequeños y medianos emprendedores. Lo reconocen, pero tampoco piensan cambiar.

Durante estos últimos meses me he desesperado también comprobando que la oposición está plagada de oportunistas dispuestos a regalar las orejas de los ciudadanos con promesas que saben que no cumplirán. He luchado desde estas páginas contra la demagogia de los que nos quieren hacer creer que no hace falta pagar las deudas y que las fuentes de nuestros recursos nunca se agotarán.

Pese a sus fracasos continuados tampoco han corregido las actitudes. Unos y otros han mantenido la prepotencia, la arrogancia intelectual y el sectarismo. ¿Por cierto, hablará algún día Rajoy a los ciudadanos, o mantendrá el error de Zapatero, que tardó cinco meses en explicar el cambio radical de mayo del 2010? ¿Explicará algún día el president Mas la famosa llamada que hizo palidecer a todos sus consellers en plena reunión del Govern? La información y la verdad no son nunca activos exclusivos de los gobernantes, sino un derecho de los ciudadanos; sobre todo cuando cumplen su parte del contrato trabajando más y más duro, mientras los gobiernos incumplen promesas, programas y contratos. Hoy por hoy, los ciudadanos están salvando el destino del país y tienen derecho a compartirlo.

Tenemos las instituciones colapsadas, la legislación violentada por los gobiernos, la administración prácticamente en quiebra y la política ha dimitido (muchos parlamentarios hablan como si nada dependiera de ellos y hacen más de comentaristas que de actores de las decisiones).

... me advirtió claramente un ministro con quien hace días tuve la ocasión de cenar en privado en Barcelona.

- ¿Y no tendríamos más posibilidades con un gran pacto? ¿No podéis buscar consensos y trabajar en un programa común de salida de la crisis?, se me ocurrió preguntarle al ver que compartía el diagnóstico.

- Pues claro que sería mejor, pero todavía no ha llegado la hora. Nos falta más tiempo... ¡o más drama!

- Quizás pronto viviremos muchos más dramas, pero entonces seguramente ya no habrá tiempo, contesté.

Y el ministro puso cara de darme la razón.

18-V-12, Rafael Nadal, lavanguardia