"Beteta y la chistera", Pilar Rahola

Este es el relato: había un consejero de Madrid, que era responsable de Economía y Hacienda, cinco años con Gallardón y tres con Aguirre; dicho responsable, de nombre Antonio Beteta, era amigo del ministro Montoro, que le confió la Secretaría de Administraciones Públicas; desde ese cargo, el señor Beteta se ha dedicado a hacer de Rottenmeier de las autonomías despilfarradoras, riñendo y amenazando con la intervención; días antes de la reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera, las cifras de Madrid eran magníficas, con una presidenta que daba lecciones al mundo; y cuando llega el Consejo se descubre que los números no eran esplendorosos, sino que estaban hinchados hasta el punto de aflorar un déficit oculto también esplendoroso, que ha obligado a engrosar el déficit global; finalmente, el señor Beteta, susodicho responsable de los susodichos números de Madrid hasta hace dos días, dice que no sabe nada, que no va con él y que, ¡quita bicho!, ahora está en otro cargo. Es decir, no sabe que el déficit de Madrid era descomunal, que se han escondido las cifras para vender triunfalismo, que se ha birlado a la ciudadanía la información real, que se ha urdido una gran mentira, y por no saber, ya no sabe ni dónde está Madrid. ¿Amnesia inesperada, despiste supino, desorientación cósmica o morro que se lo pisa?

Lo peor es que este tipo de cosas serían muy graves en países serios, porque crearían una desconfianza insalvable con el político de turno. Pero aquí mentir, esconder, despistar, yo no estaba aquí, ya no me toca, o cualquiera de las acepciones del verbo escabullirse, forman parte de la cultura política y no sólo no tienen consecuencias sino que hasta refuerzan al personaje. Aunque hay que reconocer que el caso Beteta es de órdago. ¿Cómo es posible que el principal vigilante del buen hacer autonómico, convertido en martillo de herejes despilfarradores, sea el mismo señor que meses antes era el culpable de un déficit público astronómico en su comunidad? ¿El pirómano hace ahora de bombero? ¿Es ese el rigor que se le supone a alguien cuyo cargo le obliga a hacer de faro guardián de la austeridad? Y, lo más importante, ¿no les preocupa a Montoro y a Rajoy que quien debe hacer de comisario de los números haya sido previamente uno de los artífices del cachondeo, maquilleo y despisteo? Pues no, parece que no le preocupa a nadie, quizás por aquello que todos son cuchipandis, vuelan en gaviota, van a Las Ventas y residen en Madrid. Es el colegueo del pequeño Madrid, ese que perpetró el tamayazo con las recalificaciones y, como dice Albert Sáez, anduvo comprando trocitos de Iberia y T-4 para que Madrid fuera el centro del imperio. Y si hay que despistar en 2.000 millones los números públicos, pues todo sea por la grandeza del madroño. Total, en el país de los trileros, ¿quién se preocupará de una mentira política?

22-V-12, Pilar Rahola, lavanguardia