"Por un impuesto sobre la deuda de los bancos", Xavier Sala i Martín

Queda claro que los gobiernos han decidido no dejar quebrar a ningún banco. Esta decisión (a la que, dicho sea de paso, yo me opongo pero que es aplaudida por la mayoría de economistas) crea tres tipos de problemas. El primero es que si los bancos saben que el Estado les va a salvar el trasero, tienen incentivos a comportarse temerariamente. Es lo que los economistas llamamos “riesgo moral”.

La expresión “riesgo moral” proviene del siglo XVII cuando las compañías de seguros se dieron cuenta de que las personas que tenían seguro exhibían un comportamiento poco ético (de ahí la palabra moral) y se arriesgaban demasiado: la gente que tiene un seguro de incendios, no compra un extintor. Los conductores que tienen seguro a todo riesgo, corren demasiado y tienen más accidentes. Fíjense que cuando el Gobierno promete que no va a dejar quebrar ningún banco, les está diciendo: “Vayan al casino y apuesten, que si sale cara se quedan ustedes con el dinero y si sale cruz, paga el contribuyente”. Y esta es una de las causas de la presente crisis: ante esa oferta del Gobierno, los bancos se endeudaron, pero no para apostar en el casino sino en algo que ha acabado siendo mucho peor: promotoras inmobiliarias. Durante unos años salió cara y se quedaron el dinero, pero al final ha salido cruz... y le toca pagar al contribuyente.

Lo que nos lleva al segundo problema: el ciudadano se siente estafado. De hecho, si es verdad que Bankia va a costar 23.000 millones de euros (lo digo en condicional porque la factura sube cada día), el chiste le va a costar a cada familia española la friolera de 2.000 euros. Como parece que el rescate de toda la banca va a acabar costando 200.000 millones, cada familia de españolitos va a tener que desempolvar 17.000 euros del ala. Y esto no solo es inaceptable sino que, además, ¡es imposible! El Gobierno español no tiene tal cantidad de dinero por lo que si rescata a los bancos se va a tener que endeudar, cosa que provocará su quiebra y tendrá que ser intervenido como Irlanda. La alternativa es que el dinero provenga directamente de los fondos europeos (es decir, de los contribuyentes alemanes). Y este es el tercer problema: Angela Merkel no está por la labor.

Si me lo permiten, hoy haré una propuesta que podría solucionar los tres problemas a la vez: un nuevo impuesto finalista sobre la deuda bancaria. Se trataría de gravar la deuda de los bancos de manera que cuanto más endeudado estuviera un banco, más impuestos pagaría. Al aumentar los costes de la deuda, se reducirían los incentivos a repetir los excesos de la burbuja inmobiliaria. Es más, los tipos impositivos estarían ligados al riesgo que ha asumido el banco. Es decir, los bancos que se endeudaran para prestar a empresas con mucho riesgo (por ejemplo, empresas inmobiliarias) pagarían más impuestos. ¿Cómo se mediría el riesgo? Pues a través de los credit default swaps, es decir, a través de la prima de seguro contra el impago de los intereses por parte de los bancos. Eso mide la cantidad de riesgo que ha asumido un banco y permitiría poner impuestos más altos a los bancos más imprudentes, cosa que limitaría el problema del “riesgo moral”.

Noten que no se trata de un impuesto sobre los beneficios. Para reducir las conductas temerarias se tiene que gravar el riesgo, no el
beneficio. Tampoco estoy proponiendo una tasa Tobin que grave todas las transacciones financieras. La tasa Tobin (que, por cierto, fue repudiada por el mismo James Tobin antes de morir por ser impráctica, ineficiente y perjudicial) sigue siendo una mala idea que no soluciona ninguno de los problemas. En particular, no desincentiva las conductas insensatas de los bancos y sería trasladada a todos los consumidores que hicieran transacciones (todos nosotros pagaríamos un par de euros más cada vez que fuéramos al cajero). El impuesto sobre la deuda, en cambio, recaería más que proporcionalmente sobre los bancos más imprudentes. Si intentaran repercutirlo sobre sus clientes, estos se escaparían a la competencia que, al estar mejor gestionada, ofrecería servicios más baratos por estar libres de esa carga fiscal.

La otra parte de la propuesta es que el impuesto sobre la deuda debería ser finalista: el dinero recaudado iría a directamente financiar un nuevo “fondo de rescate” que sería utilizado para recapitalizar a bancos insolventes sin necesidad de utilizar el dinero del contribuyente. De alguna manera, se trataría de obligar a los bancos a comprar una especie de seguro de rescate parecido al fondo de garantía de depósitos aunque, en lugar de asegurar los depósitos, aseguraríamos a todo el banco. Es verdad que, en la práctica, el Gobierno ya ha asegurado a los bancos. La diferencia es que las primas del seguro no las pagaría el contribuyente sino los propios bancos y, sobre todo, los más irresponsables.

En estos momentos, el fondo todavía no existe pero el rescate se necesita inmediatamente. Y todo indica que quien va a tener que poner el dinero es el contribuyente alemán. El problema es que Merkel no parece dispuesta a ello. Mi propuesta podría ayudar a convencer a la canciller y a sus votantes ya que, en lugar de pedirles que pongan el dinero a fondo perdido, se les podría proponer que adelanten el dinero sabiendo que todo lo que pongan se les restituirá con lo recaudado con la nueva tasa.

Un impuesto, tres soluciones a tres problemas. No sé si funcionará. Pero quizá valga la pena seguir pensando en las posibilidades que ofrece un impuesto sobre la deuda bancaria.

2-VI-12, Xavier Sala i Martín, lavanguardia