Grecia, de esos lodos este barrizal

Lo dijo más claro que nadie Nicolas Sarkozy el pasado octubre: el ingreso de Grecia en el euro "fue un error". Aunque nadie le quitó la razón al entonces presidente francés, su afirmación levantó cierto revuelo. Es evidente que Atenas contó con muchas complicidades para colarse en el euro en el último minuto y maquillar sus estadísticas durante una década sin que nadie le levantara la voz, pero en muchos momentos fue París quien más la ayudó a incorporarse a la Comunidad Económica Europea (CEE).

Padrinos tuvo muchos, aunque ahora todos se hayan dado a la fuga. Pero sólo un líder europeo tuvo el título de padrino de Grecia y fue Valéry Giscard d'Estaing, homenajeado hasta hace pocos años por sus innumerables servicios a la patria helénica. Cuentan las crónicas de la época que el entonces presidente francés tenía motivos de todo tipo para impulsar como impulsó el acceso de Atenas a la CEE.

En primer lugar, razones personales, porque era amigo íntimo del político conservador Konstantinos Karamanlis (tío de Kostas, el que fue primer ministro entre el 2004 y el 2008), a quien había conocido durante sus años de exilio voluntario en París. Giscard le prestó su avión oficial para volar de regreso a Atenas en cuanto cayó la dictadura de los coroneles, en 1974. Poco después, Karamanlis se convertía en el primer ministro de la Tercera República Helénica.

Sólo cuatro años después, mientras los gobiernos de España y Portugal sufrían continuas zancadillas de Giscard para avanzar en sus respectivos procesos de adhesión, Grecia les tomó la delantera y Bruselas dio por cerradas las negociaciones de adhesión. En 1981 Grecia hacía su entrada triunfal en la CEE, mientras a los vecinos ibéricos les tocaba esperar cinco años más y batirse en una dura negociación agrícola con Francia. Para Giscard había un importante componente romántico en completar el club europeo fundado con Alemania con el país cuna de la democracia. Y otro estratégico: le permitía frenar cualquier amago de Turquía por acercarse al club europeo, una obsesión que no ha abandonado al político francés.

Ahora, raro es el día que alguien no dice en Bruselas que Grecia "lleva 40 años viviendo por encima de sus posibilidades" (Olli Rehn, José Manuel Durão Barroso, Van Rompuy...). Pero lo cierto es que en todo ese tiempo nadie se preocupó demasiado por la falta de avances en la convergencia económica con Europa (se calcula que no empezó hasta mediados de los noventa, en paralelo a los enjuagues estadísticos). Sí llamaba la atención la diferencia en el grado de absorción de fondos de cohesión comunitarios entre España y Grecia, pero se achacaba más al buen hacer de Felipe González, entonces presidente del Gobierno español, que a las carencias griegas.

Por primera vez, el proceso de convergencia para ingresar en el euro puso de manifiesto a nivel europeo los problemas griegos con el déficit. Por muchos padrinos que tuviera en Europa (Alemania, Italia y Francia son sus principales socios comerciales) no hubo manera de meterlo en la primera hornada de países, en 1999. Milagrosamente, dos años después, su déficit se había reducido a la mitad, hasta un modesto 2% (el límite estaba en el 3%) y en el último minuto se incorporó a la zona euro. Así pudo decir adiós al dracma al mismo tiempo que otros 11 países renunciaban a sus respectivas divisas para adoptar el euro.

Dos años después, se destapó el engaño. El déficit público, en el momento de entrar, era el doble de lo declarado. De hecho, los datos de la economía griega habían sido incorrectos desde 1997, y maquillados a conciencia por los ingenieros financieros de Goldman Sachs para conseguir entrar en el euro (fue una práctica al límite de la ley pero no exclusiva de Grecia) sin que nadie dijera nada. Cierto que a veces colocaban un asterisco al lado de una cifra de déficit o deuda dudosa porque estos datos nunca llegaban a tiempo a Bruselas y a veces se pasaban ¡por teléfono! desde Atenas. Pero en la mesa del Consejo, donde se sientan los ministros y los jefes de Gobierno, todo se perdonaba.

Tampoco a nadie se le ocurría censurar que Grecia tuviera el mayor gasto en Defensa de la UE (alrededor de un 3% del PIB, frente al 1,1% de España) o que adquiriera tecnología armamentística que luego era incapaz de mantener. Alemania, Francia y EE.UU. son sus principales proveedores. Y, como ha denunciado en varias ocasiones el eurodiputado francés Daniel Cohn-Bendit, la crisis no ha alterado la importancia de esta partida de gasto, justificado por la presunta amenaza que plantea la cercanía de Turquía.

El enfado con Atenas duró poco, pero las prácticas fraudulentas en sus mal llamados servicios estadísticos continuaron. Sobre el papel, el déficit público rondaba siempre el límite legal del 3%. En realidad, como se supo a finales del año 2009, cuando la mentira ya era insostenible, se había disparado hasta el 13%.

La sequía del crédito puso fin a la llegada de capital europeo a Atenas y se acabó el autoengaño colectivo en que se habían embarcado varias generaciones de políticos griegos (alternándose en el poder familias y partidos, Pasok y Nueva Democracia, Papandreu y Karamanlis) con la aquiescencia de varias hornadas de políticos europeos, aunque ahora todos se lleven las manos a la cabeza.

Cuando el jefe de gobierno Yorgos Papandreu (líder del Pasok, hijo y nieto de primeros ministros) admitió las dimensiones del engaño y lanzó un SOS a Europa se encontró totalmente aislado. Sólo obtuvo un primer salvavidas en forma de préstamo (el primer rescate de un país de la zona euro) cuando quedó claro que la situación planteaba un riesgo para la estabilidad del euro. Dos años después, lo que está en juego es ya su supervivencia.

Es significativo del rencor que ahora existe en Europa hacia los políticos griegos que incluso su padrino Giscard ha planteado que el país abandone el euro, por su bien y el del resto de países (hoy en día pocos piensan que pueda ayudar al euro dejar por el camino a uno de sus socios, porque ¿quién vendrá detrás?). "Es la elección de Grecia", dijo Giscard a finales del año pasado. En realidad, la decisión está sobre todo en manos del resto de países: ellos son los que tienen capacidad para expulsarlo de la eurozona, cortando su asistencia financiera o negando liquidez a sus tambaleantes bancos. Ser la cuna de la democracia cotiza estos días a la baja.

14-VI-12, B. Navarro, lavanguardia