"Obsoletos del mundo, uníos", Andrés Trapiello

Seguramente usted ya habrá oído hablar de la obsolescencia programada, según la cual las cosas (lavadoras, portátiles, televisores, pero también zapatos o ropa) están pensadas para que duren un determinado número de años, pasados los cuales se averiarán indefectiblemente y romperán, de modo que su reparación sea tanto o más costosa (si acaso encontramos a quien sepa y quiera realizarla) que comprarlas nuevas. Cierto que es como la teoría de la conspiración aplicada a nuestra vida cotidiana, pero, como en toda teoría conspirativa, basta muy poco para encontrarla verosímil.

Esta es la historia:¿alguien compra una impresora, una buena impresora. Un día, sin más, deja de funcionar. El técnico oficial, en cuanto ve el modelo, anticuado, arruga el gesto: le confirma que el arreglo le saldrá más caro que comprarse otra nueva. Compungido, el dueño vuelve a su casa sin aceptar que su impresora se haya infartado de ese modo, sin compostura posible. Pulsa algunos foros de internet, y en uno alguien le menciona que cierto ruso dispone de un software, gratuito, naturalmente, útil para esa clase de averías. Lo localiza y lo descarga con alguna prevención temiendo tal vez un contagio por virus; allí se le explica que esas impresoras tienen en su memoria una orden según la cual, alcanzado un número de miles de copias, se pararán automáticamente. Tras una intervención sencilla, logra desbloquearla, y la impresora vuelve a funcionar como antes. Final feliz. No sé si esta será o no una leyenda urbana como la de los cocodrilos y las alcantarillas de Nueva York, pero esta que voy a relatar a continuación no lo es en absoluto.

Al artículo que estás leyendo, hace dos días le hubiesen faltado la mitad de las erres, porque por más duramente que percutía yo en esa tecla, se resistían a aparecer en pantalla, nunca mejor dicho, erre que erre. El técnico oficial, que habló de complejos y minuciosos test, tras asegurar que “era imposible” desmontar una sola tecla, fue tajante: o un problema de este mismo teclado, en cuyo caso habría que cambiarlo entero, o un problema de sistema. En el primer caso, unos 300 euros; en el segundo... más o menos. Por suerte y dado el volumen de trabajo y de reparaciones en ese taller en el que todos llevaban batas blancas como los dela Nasa, le pusieron a uno en una lista de espera, de modo que también yo volví a mi casa apesarado por el diagnóstico y furioso por la pérdida de tiempo. Pero la única ventaja de tener mis años es la de tener también hijos en edad de navegar por internet que creen en la teoría de la obsolescencia programada y en la fraternidad y altruismo universales. En un vídeo de YouTube, un norteamericano muestra cómo desmontar las teclas de ese modelo de Mac y limpiarlas. Ciertamente se trata de una operación delicada, que ha de realizarse con habilidad y mimo, pero nada que no pueda acometer un espontáneo con un pequeño destornillador y culminar en menos de dos minutos, al cabo de los cuales podrá ver como sus erres vuelven a saltar libres como corderitos. Llegados a este punto, recordó uno súbitamente la cita con el servicio técnico. ¿Deberíamos referirles lo sucedido, tal vez insultarlos un poco, faltarles al respeto? No, en absoluto. Sí contarlo aquí, convencidos de que con ello estamos haciendo mejor y más duradero al mundo, y más fraterno.

28-VI-2012, Andrés Trapiello, magazine