"Juegos Olímpicos y política", Pascal Boniface

El próximo viernes 27 de julio se inaugurarán en Londres los Juegos Olímpicos. La capital británica se convertirá en el centro del mundo hasta la ceremonia de clausura prevista para el domingo 12 de agosto. Con el Campeonato del Mundo de fútbol, los Juegos Olímpicos son el acontecimiento más mediático del planeta. La televisión crea un estadio universal en el que cientos de millones de personas pueden encontrar su lugar. Con todo ello, el deporte se convierte en más que deporte. Los desafíos son más importantes que el mero resultado de la competición. Por el poder de la imagen, por la fuerza de la simbología, adquieren carácter estratégico.

El Comité Olímpico Internacional (COI) repite hasta la saciedad que no hay que mezclar deporte y política. Este principio es, de hecho, una cláusula fundamental de la Carta Olímpica. Sin embargo, es una contradicción, si no una hipocresía. Los Juegos han adquirido tal importancia que es imposible reducirlos a su única dimensión deportiva. Y ello ha sido así desde el propio nacimiento de los Juegos. Cuando el barón Pierre de Coubertain quiso recrear los Juegos Olímpicos de los tiempos modernos, tenía un objetivo fuertemente político: contribuir a la pacificación de las relaciones internacionales permitiendo que el deporte sirviera para acercar a pueblos y naciones. ¿Existe un objetivo más estratégico que este?

Existía otro propósito no declarado, pero asimismo político: contribuir a la formación física de la juventud francesa puesto que la derrota en la guerra de 1870 fue atribuida en gran parte a la superioridad atlética de los soldados alemanes, gracias a una práctica intensa del deporte. Una de las disciplinas olímpicas que fueron introducidas en los Juegos modernos es el pentatlón, que combinaba pruebas de carrera, tiro, esgrima, natación y equitación, todas ellas útiles desde el punto de vista militar.

Obviamente los primeros Juegos Olímpicos fueron poco universales: unos 400 atletas, solamente 13 naciones participantes. En una época en que las distancias eran largas, los medios de comunicación se interesaron poco. El deporte era algo practicado tan sólo por una pequeña élite. Nada que ver con las 207 naciones (contra las 173 que hay en las Naciones Unidas) que participarán en los Juegos de Londres. Destaquemos que las delegaciones desfilan detrás de su bandera nacional y que los himnos son interpretados durante la entrega de las medallas de oro. Los deportistas son, pues, embajadores en short, kimono, maillot, etcétera.

Desde la elección del país anfitrión hasta las naciones que pueden participar, las decisiones del COI desde un primer momento han estado marcadas por el sello de la política. La Alemania vencida fue excluida de los Juegos Olímpicos tras la Primera Guerra Mundial y se le concedieron los Juegos de Berlín de 1936 para permitir su reintegración a la comunidad internacional. El problema es que el ínterin Adolf Hitler llegó al poder y utilizó los Juegos Olímpicos como un instrumento de propaganda para el régimen nazi. Pero las cuatro medallas de oro de Jessie Owens pusieron en entredicho las tesis de la superioridad de la raza aria. Y su amistad con el saltador de longitud alemán Luz Long puso a Adolf Hitler de los nervios.

La Unión Soviética, que durante mucho tiempo denunció los Juegos, acusándolos de burgueses, empezó a participar a partir del año 1952. Es cierto que se celebraban en Helsinki, país vecino y vinculado diplomáticamente a Moscú. Durante la guerra fría, más allá de la batalla ideológica entre la Unión Soviética y Estados Unidos y del cálculo de los arsenales convencionales y nucleares de cada una de las dos superpotencias, ambas se enfrentaban también en la arena deportiva. El número de medallas debía demostrar cuál de los dos sistemas era superior. En este pulso había incluso una subcompetición que se daba entre las dos Alemanias, la Oriental y la Occidental.

En 1964 la atribución de los Juegos Olímpicos a Tokio marcó la reintegración del imperio nipón a la familia occidental. La descolonización incrementó el número de naciones africanas participantes que se apresuraron a pedir la expulsión de Sudáfrica de los Juegos. El boicot de los países al apartheid sudafricano comenzó en los recintos deportivos. Solamente después de la desaparición de la segregación racial Sudáfrica fue reintegrada a la familia olímpica en los Juegos de Barcelona en 1992. Al conceder los Juegos del 2008 a Pekín y los del 2016 a Río de Janeiro, el COI toma nota y apoya la multipolarización del mundo.

Hoy en día, cada nación aspira a brillar a los ojos del mundo entero gracias a las hazañas de sus deportistas. Los Juegos Olímpicos se convierten en un soft power. Resumiendo, el Comité Olímpico Internacional, que no quiere mezclar deporte y política, es un actor estratégico global.

Pascal Boniface. Director de Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.

20-VII-12, elcomentario.tv